La protección de los testigos en los procesos judiciales debería ser una las prioridades de las autoridades. Se supone que lo es, ya que el intento de coaccionar o amedrentar a testigos es una de las cosas más graves que pueden amenazar a un proceso judicial. Están los casos más llamativos, con amenazas directas a la integridad del testigo, sus familiares o sus bienes, y también está la amenaza subterránea, mucho más sutil, indirecta en ocasiones, pero no por ello menos evidente. El afectado capta el mensaje con igual claridad que si la amenaza fuese explícita y directa, y le provoca los mismos efectos: miedo en los casos más extremos; inquietud, rabia, malestar, en los menos virulentos.
El mensaje, explícito o implícito, siempre es el mismo: No nos gusta lo que has declarado (o vas a declarar), así que ya sabes lo que tienes que hacer. Si no… La interpretación de esos puntos suspensivos depende de la aprensión del sujeto afectado, y de la catadura de quien trata de coaccionar. Pueden ser grupos terroristas o mafiosos, criminales corrientes, o incluso abogados, periodistas y personas fuera de toda sospecha.
Estamos asistiendo al intento, nada disimulado, de coaccionar a un testigo del llamado crimen de Almonte. Primero, una campaña de infundios y calumnias en las redes sociales, y después la incorporación de algunos de esos infundios a un recurso ante el Tribunal Supremo, algo totalmente insólito.
Los familiares de las víctimas y sus abogados se han acabado dando cuenta de que el veredicto del jurado se sustentó, en parte, en el testimonio de Raquel G, que situó al acusado dentro del supermercado a la hora del crimen o pocos minutos antes. El jurado también valoró, y rechazó, las alegaciones o insinuaciones de fiscalía y acusaciones de que sus declaraciones, que proporcionaban una coartada al acusado, estaban motivadas porque la testigo estaba todavía enamorada de él.
La acusación (que puede que cuente con apoyo logístico de un famoso grupo investigador) trata de desacreditar a la testigo a toda costa, y para ello se emplean todas las armas, incluidas la mentira y la calumnia. El trabajo más sucio lo efectúan periodistas afines y algunos personajes que difaman y amenazan en las redes sociales. Esta acusación renovada está formada por un nuevo abogado, Luis Romero, una nueva versión de Aníbal Domínguez más agresiva y activa, y una Marianela que le va cogiendo el gusto a ser un personaje público y que, sin ninguna responsabilidad laboral, se pasea, o la pasean, por platós, emisoras y manifestaciones, con el único objetivo de provocar lástima.
Se han vuelto muy activos en las redes sociales, con una imagen de diseño, y el intento nada camuflado de copiar campañas de éxito (pescadito). Tratan, de forma desesperada, y a veces patética, de relacionar su caso con el del niño Gabriel, con la esperanza de que el público los sitúe en el mismo plano. Dentro de esa estrategia hay un grupo, que de forma espontánea o coordinada, se dedican a mentir y difamar. Lo llevan haciendo con Medina desde el mismo día de la absolución, pero ahora se han envalentonado y van a por la testigo Raquel G, que se limitó a declarar lo que vio, como los demás testigos, y que nunca ha concedido entrevistas ni ha querido ser protagonista. Simplemente, cumplió su deber como ciudadana, y el precio es haberse convertido en el objetivo de una jauría de difamadores y de periodistas sin escrúpulos.
Una periodista ha llegado a lanzar la amenaza velada de que podría ser procesada por encubrimiento. Aparte de que la amenaza resulta ridícula para cualquiera con algún conocimiento, su objetivo está claro: tratar de amedrentar y asustar a la testigo, en lo que yo interpreto como un poco disimulado intento de coacción, que debería ser estudiado por asociaciones y colegios de periodistas, e incluso por la fiscalía. Resulta grotesco acusar de cambiar una declaración por parte de quien representa a quien tras declarar decenas de veces durante más de un año una cosa, pasó a declarar lo contrario. Todo el caso de la acusación está basado en el cambio de declaración de una testigo, que probablemente sí se asustó ante la amenaza, explícita o velada, de ser acusada de los asesinatos.
Aparte de las calumnias más groseras, la acusación, con su abogado al frente, afirma que la testigo:
1) Ha retomado su relación con Medina.
2) Lo visitó en el hospital mientras estaba encarcelado.
Antes de continuar, me gustaría dejar claro que si ambas cosas fueran ciertas, no habría nada siniestro y sería perfectamente legítimo. Muchos testigos mantienen relaciones cercanas e íntimas con acusados, condenados o absueltos, y no ocurre nada.
Pero es que resulta que ambas cosas son falsas. Mentiras, bulos, embustes, patrañas. El que afirme que Francisco Javier Medina y Raquel han retomado su relación, miente. El que afirme que le visitó en el hospital, miente. Algunos compañeros visitaron a Medina en el hospital, pero Raquel no estaba entre ellos. De esas visitas se guardan registros, así que ¿por qué no presentan el registro de esa visita? Porque no existe, y por tanto sus mentiras quedarían al descubierto.
Es más, puedo asegurar, a partir de fuentes totalmente fiables, que Medina y Raquel no han vuelto a verse desde la detención de Fran. Ni siquiera han coincidido casualmente en el mismo lugar, algo que no sería extraño en un lugar como Almonte, que no es tan grande. Pero no ha ocurrido, para desesperación de los que la están vigilando para tratar de inmortalizar el encuentro, y presentarlo como prueba de sus fantasías y deseos. Mienten, y saben que mienten, lo que los convierte en rastreros.
¿Dónde, en que parte de su interrogatorio judicial, reconoció Raquel que había visitado a Medina en el hospital? Otra mentira. Y cuando se reiteran las mentiras, quien lo hace se convierte, por definición, en un mentiroso. En el juicio tan solo se le preguntó a la testigo si lo había visitado en la cárcel, y la respuesta fue que no.
Me gustaría saber como van a reaccionar los miembros del Tribunal Supremo cuando se encuentren con que el recurso introduce cuestiones no tratadas durante el juicio, y que además son mentira. El recurso en sí es bastante flojo e inconsistente. Lo que querrían ellos es que el Supremo volviera a repasar y valorar toda la evidencia, pero eso no va a suceder, así que para colar su valoración alternativa de las pruebas presentadas tienen que alegar una razón en la que el Tribunal sí pueda entrar, y esa es la falta de motivación, que vulneraría la tutela judicial.
Pero la contradicción resulta tan evidente, tan flagrante, que es difícil pasarla por alto. Como ya les dijo el TSJA: … la motivación es absolutamente transparente y comprensible…, y también que fiscal y acusación …no han tenido dificultad alguna para (intentar) rebatir la valoración de la prueba que hay detrás de esa motivación. Ellos mismos responden a su recurso cuando tras negar la suficiencia de la motivación, utilizan esa misma motivación para intentar refutarla.
Lo que ocurre es que el TSJA se refiere al testimonio de Raquel G. como prueba directa, que gana a todas las pruebas circunstanciales de la acusación, y por eso se trata de todas las formas posibles de desacreditar ese testimonio, aunque para ello tengan que difamar, acosar y mentir sobre una testigo inocente que tan solo ha cumplido con su obligación como ciudadana.
Este tipo de personas se limitan a cumplir con su deber, y no quieren ser protagonistas ni que se metan en sus vidas. No son siniestros aprendices de Goebbels, ni personas cuyo único objetivo en la vida parece ser dar lástima a los demás. Tampoco las invitan decanos a comer arroz con pato y foie en lujosos paradores con excelentes vistas a las montañas nevadas.
Son personas que se limitan a trabajar y vivir, con sus alegrías y tristezas, tratando de sortear las patadas que da la vida, sin meterse con nadie y sin buscar problemas. Son personas normales que hacen lo correcto y que a veces tienen que pagar un precio en términos de intimidad y tranquilidad cuando la jauría los toma como objetivo. Todos deberíamos defenderlas, empezando por fiscales y jueces, y siguiendo por periodistas y ciudadanos de a pie.
En esta caso hay un parte que renunció hace mucho a cualquier análisis racional de la evidencia y que lo basa todo en la tergiversación y la mentira. Además de a Medina, ahora toman como objetivos a otras personas. Hasta que los afectados puedan responder, y ese momento llegará, que no quepa duda, todos debemos hacerlo por ellos, desenmascarando a los mentirosos, sean ciudadanos, periodistas o abogados, y solicitando de nuestras autoridades políticas y judiciales que defiendan a los ciudadanos decentes del acoso.