LOS TESTIGOS
Barry George esposado |
De todos modos, tan solo una de las muchas personas a las que se había mostrado la grabación de la rueda de identificación había señalado a Barry George. La policía había recogido muchas decenas de testimonios de personas que habían pasado el día 26 por Gowan Avenue, desde primera hora de la mañana hasta poco después del crimen, y aunque la mayoría no se habían fijado en nada especial, algunas personas habían visto a alguien que les había parecido sospechoso, o al menos que les había llamado la atención. Aunque la descripción de los sujetos observados variaba, había un pequeño grupo que tenía similitudes significativas: una persona morena, con traje oscuro, que parecía un ejecutivo o un vendedor, y en alguno de los testimonios, hablando por un teléfono móvil.
Susan Mayes |
En aquel momento había supuesto que el coche era del hombre, y que era un minicab
(vehículos privados que pueden funcionar como taxis, pero que deben
ser reservados con antelación). Entre 35 y 40 años, 1.75 metros de
estatura, ligero sobrepeso y aspecto mediterráneo (pelo negro
y tez olivácea). Vestía
un traje oscuro, con una camisa blanca abierta en el cuello. La
testigo había declarado
que el sospechoso llevaba el pelo
corto y elegante,
aunque en el juicio afirmó
que en realidad lo
llevaba largo y desordenado. Para explicar la discrepancia entre
ambas declaraciones el
fiscal sugirió que tal
vez los agentes que la entrevistaron no la entendieron bien. Aunque
como ha señalado Scott
Lomax, es difícil aceptar
que un agente pueda escuchar una descripción sobre pelo largo y
desordenado y convertirla
en pelo corto y elegante, lo
cierto es que la testigo había afirmado
que el sujeto parecía
desaliñado y que no tenía
apariencia muy respetable
.
El
5 de octubre de 2000, 18 meses después del crimen, Susan Mayes había
señalado a Barry George
en una rueda de identificación por vídeo. Lo había
hecho tras mirar un
buen rato, aunque
en el juicio dijo estar
muy segura. El problema
con esta seguridad es que podía
ser consecuencia, al
menos en parte, de un
proceder más que dudoso de los detectives, que una vez Mayes hubo
señalado al sujeto número
2 (Barry George),
habían hecho
comentarios y realizado
gestos que le indicaron
que había acertado
y señalado al sospechoso. Esa información tuvo que reforzar la
seguridad de la testigo en su identificación y guiar su declaración
en el juicio,
aunque lo cierto es que
según comentan quienes vieron la grabación, su identificación de
Barry George fue firme. En
su turno de interrogatorio
Mansfield consiguió que Mayes
reconociera que el día
del crimen tan solo había
mirado al
hombre tres o cuatro veces, cinco o seis segundos en total. El
abogado también planteó que Mayes había
identificado al sospechoso
no porque le hubiese visto esa mañana, sino porque le sonaba su
cara. Los dos llevaban años residiendo en Fulham, a
menos de un kilómetro, y
Barry George se pasaba el día paseando arriba y abajo, así
que era posible que se hubieran cruzado algunas veces.
El
testimonio de Susan
Mayes tenía muchos más problemas. Se desprende del mismo que el
sujeto
que vio y el coche en medio de la carretera estaban relacionados. No
solo el hombre
estaba junto al coche, sino que se puso a limpiar la luna delantera
con la mano. Pocos minutos después, otra testigo no
había visto ningún coche
ni ningún hombre en ese lugar. El vehículo
estaba cortando la carretera, así que tan solo podía permanecer
allí hasta que llegara otro coche,
y lo
más probable es que el hombre estuviera en
ese lugar esperando a
alguien de la zona, o haciendo tiempo hasta recoger a alguien en una
calle cercana. El coche es
un elemento esencial del testimonio de Mayes, pero no se puede
relacionar con Barry George, que
no tenía coche, ni
carnet, ni había
sido visto conduciendo
nunca.
Ya
hemos visto en la primera
parte que, a las 09:30 o
09:40, dos mujeres habían
visto desde
la ventana pasar a un
hombre corriendo frente al
número 55 de Gowan Avenue. Eran
Stella y Charlotte de Rosnay, que
en la identificación
dudaron, por
separado, entre el número
2 (Barry George)
y el número 8 (un
figurante), pero
ninguna de las dos estaba lo suficientemente segura como para señalar
a alguien. Después
de la rueda
las dos habían afirmado
que se inclinaban
claramente por el número 2 (veremos
en el siguiente capítulo la razón),
y por eso habían sido
llamadas a declarar por la acusación. Lo
que quedaba demostrado es que había dos personas en la rueda que se
parecían lo suficiente a quien habían visto como para que dudaran.
Terry
Normanton, que también vivía en Gowan Avenue, tampoco pudo
identificar a nadie, pero se inclinaba por el número 2. Sin embargo,
el testimonio de Normanton es más que dudoso. Pese
a que ya había sido entrevistada por la policía varias
veces, tardó
casi un año
en contar que había visto a alguien, y para entonces ya podía haber
escuchado los relatos
de sus vecinos. Ella
declaró que se lo había contado a la policía el mismo día del
crimen, pero no hay registros de esa supuesta declaración. Pese
a las dudas que el
testimonio y la personalidad de la testigo planteaban, la acusación
utilizó su declaración.
Esto era todo. De todos los testigos que habían
atendido la identificación original y las realizadas mediante
vídeos, estos cuatro eran sido únicos que señalaban el parecido de
Barry George con el hombre que habían visto, a distintas horas, esa
mañana, y tan solo uno de los testigos, Susan Mayes, había
realizado una identificación positiva.
La estrategia de la acusación pivotó sobre el
reconocimiento de Mayes, y de ahí extrajo algunas sorprendentes
conclusiones. Como había ciertos parecidos en las descripciones de
varios testigos y uno de ellos había identificado al acusado, los
demás debían haber visto al mismo hombre, aunque no lo hubieran
reconocido y las descripciones no coincidieran. Por ejemplo, Mayes
había afirmado que el hombre tenía aspecto mediterráneo, así que
si otros testigos, aunque no hubieran identificado al acusado, habían
visto a alguien de apariencia mediterránea, tenían que estar
describiendo a la misma persona. Así que otros cinco testimonios se
añadieron como indicio de que el acusado había estado toda la
mañana en el lugar del crimen, aunque ninguno lo hubiera reconocido.
La
argumentación de la defensa fue poderosa. En primer lugar, incluso
si la identificación era correcta, tan solo indicaría que Barry
George había estado en Gowan Avenue horas antes de la muerte de
Dando, y no se establecería una relación directa entre el acusado y
el crimen. Mayes (07:00), Normanton (09:50),
y Stella y Charlotte de Rosnay (09:30
o 09:40), todas habían visto a un sospechoso más de hora y media
antes del crimen. Ninguno
de los testigos que vio a alguna persona sospechosa entre las 09:50 y
las 11:30 había
reconocido al acusado,
directa o indirectamente.
Pero además, la identificación de Mayes era
dudosa. El hombre que había visto era, sin duda, el conductor del
coche, y eso no se podía relacionar con el acusado. Su descripción
había cambiado, y había reconocido que había visto al hombre tan
solo unos pocos segundos en una mañana oscura y con ligera lluvia.
La identificación había tenido lugar más de un año después, y
con un cambio importante en la apariencia física del sospechoso.
Los
demás testigos no habían identificado al acusado, y tan solo habían
dudado. Charlotte y Stella habían cambiado su parecer
posteriormente,
y además
sus descripciones manifestaban
diferencias notables respecto
a la de Susan Mayes
y otros testigos. Stella
declaró que el hombre que
había visto tenía piel
de tono rosáceo, mientras que Charlotte lo recordaba como de piel
pálida. ¿Cómo podía eso ser compatible con la descripción de
Mayes de piel olivácea y aspecto mediterráneo? Hay
que añadir que Charlotte de Rosnay ni siquiera mencionó al hombre
que había visto cuando fue entrevistada por la policía el día 26,
y tan solo lo declaró en posteriores entrevistas, seguramente
influida por Stella, que sí lo recordaba, y que se había marchado
de Gowan Avenue en taxi apenas unos minutos antes del crimen.
Terry Normanton era una testigo más que
dudosa, por las razones ya expuestas.
Pero el mejor argumento de Mansfield era que ni
Hughes ni Upfill-Brown, que habían visto al asesino, habían
identificado a Barry George. Es más, sus descripciones eran
incompatibles con las de los demás testigos. Como ha señalado Brian
Cathcart, son dos conjuntos de descripciones independientes. Los dos
hombres que vieron al asesino describieron una notable mata de pelo
negro y un abrigo o tres cuartos. Ni Mayes, ni las Rosnay, ni
Normanton describieron una mata de pelo negro ni un abrigo. Todas
describieron el pelo de quien habían visto (aunque Mayes cambió su
declaración durante el juicio) como ni largo ni corto, cortado
correctamente. Todas describieron al hombre vistiendo un traje, y
ninguna dijo haber visto un abrigo o chaqueta larga o cazadora. No
hay manera de que ambos grupos de testimonios encajen, y, señaló
repetidamente la defensa, quienes realmente vieron al asesino, no
vieron a Barry George.
RESIDUOS DE DISPARO
La única partícula de residuos de disparo
hallada en el abrigo del acusado se convirtió en el principal
elemento de disputa durante el juicio y posteriormente. Es lógico,
ya que era la única prueba que relacionaba al acusado con el crimen.
Incluso si se lograba convencer al jurado de que Barry George había
estado un par de horas antes del crimen cerca de la casa de Jill, eso
no lo convertía en asesino. Mansfield había intentado eliminarla
del proceso, pero el juez Gage había negado la pretensión.
Durante tres días se discutió en la sala
acerca de la partícula, lo que indica la importancia que tanto la
corona como la defensa le concedían. Según la acusación, la
partícula había llegado al bolsillo del abrigo de Barry George tras
haber este disparado este contra Jill Dando. Podría haber guardado
la pistola en ese bolsillo, o simplemente podía haber metido la
mano, llena de residuos, dentro del bolsillo, quedando una partícula
dentro. Protegida, la solitaria partícula habría permanecido allí
dentro hasta que fue encontrada por la policía.
Robin Keeley |
La estrategia de la defensa pasaba por sugerir
una contaminación. Aunque la policía afirmó haber seguido todos
los protocolos y haber tomado todas las precauciones, Mansfield
presentó evidencia de que se habían cometido errores y que estos
podían haber sido el origen de la contaminación. Algunos policías
habían cambiado su ropa de calle por los trajes especiales,
supuestamente estériles, en el mismo apartamento de Barry o en los
coches de policía. Las ropas de los policías y sus vehículos son
una conocida fuente de contaminación de residuos de disparo, y por
tanto, podrían haber introducido la partícula en la casa. Aunque la
policía lo negó con vehemencia, varios testigos afirmaron que
algunos de los policías que participaron en el registro del
apartamento iban armados.
Pero el principal objetivo de la defensa fue el
traslado del abrigo para ser fotografiado. El abrigo había sido
envuelto en una protección de plástico para su traslado al depósito
de la policía. Pero al ser llevado al estudio fotográfico, se le
había retirado la protección, se había colgado en una percha, y se
había procedido a realizar varias fotografías. En ese estudio se
realizaban miles de fotografías cada año a ropa, objetos, armas, …
muchas fuentes potenciales de contaminación. Pownall argumentó que
siempre se manejaban los distintos objetos con mucho cuidado, y que
se limpiaba y esterilizaba con mucha frecuencia. Incluso se llegó a
concretar la marca de detergente utilizado.
Para la
defensa la contaminación era más que probable. Seguramente había
presentes en el estudio residuos de disparo procedentes de armas u
otras pruebas fotografiadas, y el fotógrafo, que no utilizaba
guantes ni tomaba especiales precauciones, podía tener partículas
en sus manos. Al quitar la protección y manipular el abrigo, alguna
partícula podía haber quedado en la superficie, y una vez que se
había vuelto a colocar la protección de plástico, la partícula ya
habría permanecido allí hasta que se analizó el abrigo. La
partícula pudo haber llegado a su destino definitivo cuando Keeley
dio la vuelta a los bolsillos para proceder a la recogida de
muestras.
Residuos de disparo |
Keeley y su colega consideraron muy improbable
las hipótesis de una contaminación, y todo el mundo entendió que
se inclinaban porque la fuente era el disparo que mató a Jill Dando.
Más adelante veremos algo más sobre este tema, que fue clave en el
resultado final de la batalla legal. El fiscal Pownall afirmó que la
contaminación era tan improbable que la única posibilidad razonable
para explicar la partícula era que procediera de la pistola que
había matado a Jill Dando.
Se intentó también relacionar al acusado con
las armas. Aunque no se le podía relacionar con un arma de fuego
real, señalaron su interés en las armas, su posesión de dos armas
de fogueo, y tal vez una tercera, sobre la que había un único y no
demasiado fiable testimonio, y se mostraron varias revistas sobre
armas halladas en su casa. En alguna revista venían instrucciones
para reactivar una pistola desactivada, y se insinuó que tal vez
Barry George había seguido dichas instrucciones, pero ni se pudo
encontrar en el apartamento rastro de las herramientas indispensables
para realizar un trabajó de ese tipo, ni parecía probable que Barry
tuviese la habilidad suficiente para efectuarlo. De hecho, los
testimonios indican que tenía muy poca habilidad para cualquier
trabajo que requiriese cierta destreza manual. Ni rastro de armas, ni
de balas, ni de herramientas, ni de testigos que lo relacionaran con
armas, ni se acreditó pericia para modificar o manipular armas, ni
contactos ni dinero para adquirirlas,… Un puñado de revistas
antiguas era todo lo que había.
Un dato a tener en cuenta es que la partícula
solitaria hallada en el abrigo fue la única encontrada. En el
apartamento de Barry, que no había sido limpiado durante años, no
se encontró ningún otro residuo de disparo, algo extraño si había
estado en posesión de armas y munición, y si las había manipulado
y disparado.
EL INTERÉS DE BARRY GEORGE EN JILL DANDO
Este fue el gran fiasco de la acusación, ya
que no fue capaz de presentar evidencia de que el acusado tuviera
algún tipo de interés en la víctima, ni que la admirase o la
odiase. De hecho, no fueron siquiera capaces de acreditar que la
conociese, supiese donde vivía o siquiera fuese consciente de su
existencia. Declararon ante el tribunal algunos testigos con los que
la acusación intentó convencer al jurado. Una mujer declaró que
alguien que podía ser Barry iba paseando junto a ella y había
señalado con la mano una calle, que podía ser Gowan Avenue o alguna
cercana, y había dicho que por allí vivía una mujer muy especial.
En caso de ser Barry George el sujeto, la calle podía cualquiera de
las cercanas, y la mujer una de las muchas de las que Barry se
encaprichaba y a las que seguía hasta sus casas. Otro par de
testimonios más dudosos todavía fue todo lo que pudo presentar la
fiscalía.
Orlando Pownall, fiscal |
En el apartamento del acusado se habían
encontrado periódicos y revistas que trataban la muerte de Jill,
pero estos no probaban nada, ya que todos los periódicos y revistas
habían tratado del tema durante semanas. Había también ocho
periódicos que tenían artículos o reportajes sobre Jill Dando, de
meses o años antes de su muerte, pero estos estaban mezclados entre
otros 800 periódicos y revistas que no la nombraban, y dada la
repercusión mediática de la presentadora, no parecía especialmente
significativo. Además, como señaló Mansfield, ni uno de esos ocho
artículos estaba recortado, subrayado, coloreado, tenía marcas o
anotaciones, nada que indicara que habían sido siquiera leídos.
Pese a que Barry había negado conocer Gowan
Avenue, se presentó evidencia de que había atendido la consulta de
un médico en esa calle tres años antes del crimen, tan solo a unos
números de distancia del número 29. Pero como señaló la defensa,
Barry había visitado a muchos médicos por toda esa zona de Londres,
así que no era extraño que no recordase ni al médico ni la calle.
Después del crimen, señaló Pownall, el
acusado había llevado flores el lugar del crimen, había entrado en
los comercios de la zona solicitado mensajes de condolencia, había
escrito un borrador de un discurso que iba a dar,… Demasiado
interés para una persona que decía no conocer previamente a Jill.
Pero Mansfield se defendió bien: Ese era el proceder normal de
Barry, que en su mundo de fantasía trataba de ser protagonista de
cualquier hecho notable, y siempre estaba buscando formas de llamar
la atención y obtener temas de conversación para tratar de
impresionar a las mujeres a las que abordaba. Dijo o insinuó a
muchas personas que sabía algo sobre el crimen, que había sido
testigo, o había visto a alguien o algo. Cuando le
preguntaban directamente si había matado a Jill Dando, a veces lo
negaba, y otras evitaba la respuesta, haciéndose el interesante.
La clave era el después. No antes. A la
policía no le costó encontrar a muchísimos testigos que recordaban
a Barry hablando de Jill Dando tras la muerte de esta. Si esa
conexión hubiese existido con anterioridad al crimen, sin duda
habría dejado algún rastro. Todos su vecinos y conocidos sabían de
las preocupaciones, intereses y obsesiones de Barry, que hablaba de
ello con detalle y prodigalidad. De hecho, tras el crimen, Jill Dando
se convirtió en uno de sus temas de conversación preferidos, como
podían atestiguar muchas personas. De haber tenido algún interés
previo en Jill, tanto si la admiraba como si la odiaba, habría
hablado de ello con bastante gente; sin embargo, no se encontró ni
un testimonio, ni uno solo. También se habían encontrado
fotografías de presentadoras o famosas que Barry hacía a la
pantalla del televisor, pero ni una de ellas era de la victima.
La acusación se encontró sin un motivo para
el crimen. Pownall insinuó que tal vez Barry estaba dolido contra la
BBC (por no haberlo vuelto a llamar, o por como habían tratado la
figura de Freddie Mercury tras su muerte) y se había vengado matando
a Jill Dando. Era una hipótesis bastante floja, sin sustento, y no
demasiado creíble. Los periodistas que seguían el juicio estaban de
acuerdo en que la acusación había fracasado en establecer un
posible motivo para el crimen. Ni siquiera habían podido probar un
interés especial en Jill Dando, ni siquiera que la conocía, y
parecía que Mansfield se había apuntado un buen tanto. Sin embargo,
la defensa no saldría tan bien parada del siguiente elemento de
prueba.
LA VISITA A HAFAD
La acusación presentó las visitas del acusado
a Hafad y London Traffic Cars, el día del crimen y de nuevo dos
días más tarde, como un intento de proporcionarse una coartada.
Según Pownall, una vez que Barry George hubo disparado contra Jill
Dando, se había marchado a su casa caminando, y allí había dejado
la pistola, se había cambiado de ropa, y tras coger una bolsa con
documentos había salido en busca de una coartada. Había entrado en
un par de sitios con una disculpa forzada y poco creíble, y dos días
después se había presentado nuevo para reforzar su coartada,
buscando que los empleados confirmaran la hora de su visita anterior
y la ropa que llevaba puesta en esa ocasión.
Pero,
señaló la
corona, la hora de la visita no le proporcionaba
ninguna coartada. Pese a cierta confusión inicial, varias
empleadas
de Hafad señalaban
una hora de llegada del
sospechoso posterior el mediodía, y por tanto, compatible con la
teoría de la acusación. Sin embargo, una de las empleadas, Susan
Bicknell, se mantuvo firme en su declaración de que su conversación
con Barry había tenido lugar a las 11:50. Declaró
haber mirado el reloj, y además, había puesto por escrito el
suceso, incluyendo la hora, una semana después de ocurrir. Era una
gran baza para la defensa, y una grave preocupación para la
acusación, ya que de ser cierta la hora señalada por
Bicknell, sería casi imposible que Barry George hubiese matado a
Jill Dando. Pownall intentó contrarrestar a Bicknell con el
testimonio del resto de
empleadas, que ofrecían
distintas horas, y cuyos recuerdos variaban entre ellas y con
respecto a su compañera. Fueron tantas las divergencias y
las contradicciones entre
las empleadas de Hafad que
un periodista que asistió al juicio comentó que casi
daba la impresión de que estaban ocultando algo.
A favor de Susan Bicknell contaba el hecho de
que el 26 de abril había sido su primer día de trabajo en Hafad, y
Barry había sido su primera entrevista, y es razonable suponer que
podía recordar el incidente con más claridad que sus compañeras.
Además, el resto de empleadas se había limitado a darle largas y a
quitarse de encima al molesto visitante, siendo Bicknell la única
que se había sentado con él y había pasado un rato conversando. En
contra estaba la actitud de la testigo (tiempo después dijo haber
estado enferma mientras declaraba) mientras prestaba testimonio, que
hizo dudar a algunos de su fiabilidad.
Aunque
Mansfield consiguió poner de manifiesto las inconsistencias de sus
declaraciones,
el resto de empleadas
contrarrestó, al menos en
parte, la
declaración de Bicknell,
y sembró la duda sobre este testimonio tan favorable para
el
acusado; y el
hecho de que la declaración de este en cuanto a la hora de llegada a
Hafad hubiese cambiado poco antes del juicio, hizo sospechar a
bastantes observadores, y
seguramente a los jurados.
De haber finalizado en
ese momento la prueba, el
resultado podría haber sido un empate, pero el fiscal presentó dos testigos
de última hora. La
acusación se había visto
sorprendida
por el cambio en el último
momento de
la declaración del
acusado en cuanto a su
hora de visita a Hafad, y
se buscó
a toda
prisa la forma de minar su coartada.
Primero
se llamó a declarar
a un técnico en telefonía. Barry George
había consultado el saldo de su teléfono
móvil a las 12:35 horas
(cuando la coartada
afirmaba que estaba en Hafad),
y la señal de esa comunicación la habían recogido dos antenas,
lo que parecía sugerir,
aunque no era seguro, que Barry debía estar en movimiento. Además,
las pruebas realizadas por el experto le indicaban que la señal en
Hafad era muy débil, y que era más fuerte en las calles cercanas al
parque Bishop. Aunque el técnico tuvo que reconocer que no podía
asegurar nada, su
declaración no favorecía
al acusado.
Peor
todavía fue el siguiente testimonio. Julia
Moorhouse declaró ante el
jurado que el 26 de abril de 1999, poco
después de las 12:30 horas
iba caminando por
la mediación de Doneraile
Street cuando se detuvo
para mirar
unos helicópteros que sobrevolaban la zona. Un hombre se paró junto
a ella y comenzó a hablarle. En
el juicio realizó la siguiente descripción: De 30 a 35 años,
constitución fuerte, pelo
muy negro y bien cortado. Pensó que podía proceder del sur de
Europa. Llevaba una
chaqueta de largo por la
cintura y color amarillo,
y portaba en la mano un teléfono móvil. El hombre, que parecía
tener conocimientos técnicos, le dijo
que eran helicópteros de la policía y le explicó
de que tipo eran. Tras un muy breve intercambio de palabras, Julia
siguió su camino, hasta que se dio cuenta, para su sorpresa, de
que el hombre iba
caminando junto a ella y continuaba hablando. Le habló del Ejército
de Reserva, y la testigo
sacó la impresión de que él había entrenado allí, o había sido
instructor o algo similar. Al
poco de doblar la esquina
de Stevenage Road ella
entró en la casa a la que
se dirigía y el hombre
siguió su camino, cuando
eran aproximadamente las 12:35.
Como
la testigo no había prestado declaración oficial hasta después de
haber sido publicada la foto del
acusado en la prensa, no
se permitió que el jurado escuchara que lo había identificado, pero
no hizo falta, ya que casi
todos los que escucharon el relato de Julia Moorhouse pensaron de
inmediato en Barry George. Había algunas discrepancias, ya que por
ejemplo la testigo había visto
una chaqueta amarilla,
cuando las empleadas de Hafad habían visto
una camisa amarilla y una chaqueta oscura, y Julia
tampoco había visto la bolsa con
documentos que indicaron en Hafad. Pero estas parecían cuestiones
menores cuando todo lo demás encajaba tan bien. La apariencia; el
comportamiento; la
conversación; el Ejército
de Reserva; el
teléfono en la mano y la consulta de saldo a la misma hora; el
lugar, a apenas 300 metros de Hafad; casi todo señalaba a Barry.
Mansfield se limitó a
decir ante el jurado que negaba que la persona que se
había descrito fuera el
acusado, pero lo cierto es
que la impresión que había
dejado la
declaración en todos los
observadores, y seguramente en los miembros del jurado, fue la
contraria. La testigo
incluso
había notado cierto
defecto en la forma de hablar del hombre que le había
hecho pensar que podía
haber tenido labio leporino, lo que era cierto.
Aunque
no se le había tomado
declaración formal hasta casi
dos años después del suceso, días
antes de comenzar el juicio,
el hecho es que que Julia
Moorhouse, a la que le había parecido un poco extraño el encuentro,
había llamado a
la policía pocos minutos después de
este, nada
más enterarse del crimen,
sobre la una de la tarde. De las miles de llamadas que recibió la
policía, la de Moorhouse fue una de las primeras, lo que daba fuerza
a su testimonio.
Finalmente,
para apuntalar su caso,
la acusación presentó una grabación de una cámara en una calle
cercana que mostraba a alguien con una
prenda
superior amarilla a las
12:45, y que, dijo Pownall, probablemente era el acusado. Parece ser
que la imagen era tan borrosa que ni siquiera se podía distinguir si
era hombre o mujer, y la hora de la grabación no encajaba demasiado,
bien, era demasiado tarde, pero se
presentó de todos modos. Esta batalla la había ganado la acusación.
Aunque el testimonio de Bicknell era firme,
el resto de elementos presentados parecían indicar que Barry había
llegado a Hafad más tarde de las 12:30, lo
que lo dejaba sin coartada. Y el hecho de que hubiese cambiado su
versión sobre la hora lo hacía más sospechoso todavía. Ese cambio
de hora fue el primer error de la defensa, y el segundo fue aceptar
la discusión en el terreno que quería la acusación, el de las
horas. Veremos en otro
momento como la larguísima
discusión sobre si el acusado había llegado a Hafad a una hora u
otra le permitió a la acusación ocultar la
patente debilidad de su
argumentación.
Juez, Sir William Gage |
Tras
unos días de deliberaciones, y tras excusar a un miembro por
enfermedad, el jurado regresó con un veredicto.
Por diez votos contra uno consideraban al acusado culpable del
asesinato de Jill Dando. El veredicto sorprendió a
los periodistas que habían seguido el juicio, no tanto porque
consideraran a Barry George inocente, sino porque creían que las
pruebas de la acusación eran muy débiles, y que habían sido
impugnadas con éxito por Mansfield. Farthing,
Nigel Dando y los amigos
de Jill aparentaron
quedar
satisfechos con el veredicto, pero algunos de ellos no quedaron
del todo convencidos. Para
Alan Farthing (que había
asistido a muchas sesiones del juicio),
por ejemplo, no se había aclarado
el motivo, y sin motivo no podía considerar el caso cerrado. Para
Barry George, por contra,
parecía cerrado por
completo: fue condenado a
cadena perpetua.
INTERMEDIO
El equipo
de la defensa, con Mansfield a la cabeza, se puso de inmediato a
preparar la apelación. Ellos y la familia de Barry estaban
convencidos de que no se había hecho justicia, y trataron de que el
condenado no se derrumbara en la prisión. Barry George cada vez
estaba más nervioso, y aumentó su ya crónica tendencia a quejarse.
Lo hacía de de la actitud de sus familiares, de sus abogados, de la
cárcel, de todo.
En julio de 2002 se celebró la vista de la
apelación, y además de en cuestiones como la partícula de residuo
de disparo, las fotos de Barry con esposas y la tardanza de la
policía en investigar al acusado, se basaba principalmente en la
prueba testifical. Esta no se había presentado de forma adecuada al
jurado, se alegó. Tan solo había una identificación positiva, la
de Susan Mayes, y el resto era medias identificaciones o
identificaciones incompletas, y deberían haberse computado como
identificaciones negativas, afirmaba Mansfield, y por tanto nunca
deberían haber sido utilizadas por la acusación. Pownall afirmó
que había unidad en las descripciones, y que era inconcebible que
hubiera dos hombres de apariencia y comportamiento tan similar en
Gowan Avenue en momentos tan próximos a la hora del crimen. Como
Mayes había identificado a Barry George, afirmó, y el resto de los
testigos habían ofrecido descripciones similares a la de esta, no
podía ser otra persona que Barry George al que habían visto esos
testigos, aunque no lo hubieran identificado al 100 %.
El veredicto del tribunal fue contundente,
desestimando todas las alegaciones de la defensa, y señalando que la
condena era justa y se había basado en pruebas adecuadas. Lo más
sorprendente es que los miembros del tribunal se atrevieron a plasmar
por escrito consideraciones generales sobre el caso con lo que parece
un conocimiento muy superficial del mismo. Resulta chocante comprobar
que cometieron errores de hecho y de interpretación, lo que
demuestra una muy pobre preparación. También consideraron la fibra
hallada en el abrigo de Jill Dando como prueba de contacto con el
acusado, aunque ni siquiera la acusación había sido tan categórica
durante el juicio.
Mansfield
ni se había presentado a la lectura del veredicto, y Barry
decidió
cambiar de abogado defensor. Los siguientes años fueron difíciles,
con tan solo algunos
familiares y un pequeño grupo de voluntarios luchando para tratar
de revertir la condena.
Tras varios intentos
fallidos llegó el momento de la apelación definitiva, en
lo que era probablemente
la última oportunidad para Barry
George, ya que
un fracaso significaría, casi con total
seguridad, que
tendría que pasar el
resto de su vida en la cárcel.
Ian Evett |
Durante los años siguientes este asunto fue
analizado por varios expertos, hasta que finalmente, en mayo de 2007
una comisión de revisión envío el caso al tribunal de apelación.
La sentencia de este tribunal, de fecha 15 de noviembre de 2007,
dictaminó que la evidencia sobre la partícula de residuo de disparo
no le había sido presentada al jurado de forma adecuada. Esa no era
la única prueba sobre la que se había sustentado la acusación en
el juicio, pero se le había concedido mucha importancia, y no era
posible saber el peso que había tenido en la formación del
veredicto. Era posible, por tanto, que si esta evidencia le hubiese
sido correctamente presentada al jurado, el veredicto hubiera sido
distinto. En consecuencia, el tribunal determinó que la condena
contra Barry George quedaba anulada.
Aunque
considero adecuado y acertado el veredicto, al leer la sentencia de
la Corte de Apelación queda la impresión de que domina la
confusión, y que los miembros de la Corte no acabaron de comprender
del todo el asunto y sus implicaciones. Mezclaron continuamente
consideraciones correctas con otras incorrectas, y con otras que dan
lugar a interpretaciones erróneas. Realizaron un trabajo
concienzudo, entrevistando a expertos y recogiendo variedad de
opiniones, pero creo que no lograron atravesar el muro de retórica
de los científicos.
Keeley,
Renshaw y Pownall, interrogados por el tribunal, afirmaron que no
habían pretendido decir lo que se les atribuía, que no se les había
interpretado bien, y que ellos siempre intentaron señalar que la
evidencia era neutral. El problema era que las transcripciones del
juicio dejaban bien claro que eso no era cierto, y que se había
presentado la evidencia de forma sesgada e incompleta, y la sentencia
del tribunal señaló varios ejemplos, no dejando en demasiado buen
lugar a los dos científicos. Encuentro particularmente difícil
aceptar el comportamiento de Keeley, que tenía un prestigio enorme
en el mundo de la ciencia forense y era considerado uno de los
grandes expertos mundiales en el análisis de residuos de disparo
(Renshaw se limitó a opinar lo mismo que su ilustre colega), y que
se quejó de que no le habían hecho las preguntas correctas. Parece
ser que no encontró el momento adecuado, durante varias horas de
declaración, para exponer sus opiniones con claridad. Esto es una
penosa muestra de lo que ocurre con los peritos científicos en los
tribunales.
Los dos
peritos de la acusación renunciaron a su condición de científicos
y se convirtieron en simples bustos parlantes, correas de trasmisión
de las tesis de la acusación. Fueron peritos a sueldo, que en vez de
actuar como científicos y explicar la evidencia de forma honesta y
clara, la presentaron de forma sesgada y deliberadamente oscura,
silenciando una parte importante y decisiva de su opinión tan solo
para favorecer a la acusación. Hay condicionantes económicos y
profesionales que pueden explicar este tipo de comportamiento, y esto
debería hacer que nos planteáramos si la elección de peritos por
las partes es la forma adecuada de funcionar hoy en día.
A fin de
cuentas, lo que declararon los expertos consultados por el tribunal
de apelación (y también, aunque de forma tardía, Keeley y Renshaw)
es que la prueba de la partícula de residuo de disparo era neutra,
es decir, no favorecía ni la tesis de que procedía de la pistola
asesina ni de que procedía de otra fuente. Era muy improbable que
esa partícula procediera de una contaminación o de otra fuente
inocente, y esto se le había dicho al jurado; pero, y esto era lo
importante, era igual de improbable que procediera del arma que mató
a Jill Dando, y eso no se le había dicho al jurado.
Esta
aseveración es confusa por dos razones. En primer lugar, porque
intenta establecer como base argumental la improbabilidad de un hecho
que en efecto ha sucedido (La probabilidad o improbabilidad a
priori del suceso estudiado está indicada cuando se va a
realizar una aproximación bayesiana, que es difícil que el jurado típico comprenda), y segundo, porque ese igual de improbable es una
afirmación coloquial, no una sentencia científica.
El
problema es que no había datos, ni estudios ni pruebas, ni modelos matemáticos o estadísticos que indicasen
cuan improbable era cada una de las alternativas. No había estudios
en los que apoyarse para estimar de forma siquiera aproximada la
probabilidad o improbabilidad de cualquier de las dos posibilidades,
y por tanto no era legítimo ofrecer datos. Renshaw había declarado
que la probabilidad de una contaminación era similar a la de ganar a
la lotería. Sinsentidos de este tipo confunden a jueces, abogados y
jurados
La poco
clara argumentación ha continuado provocando confusión y error. En
un reciente y sesudo artículo [N. Fenton, et al., When “neutral”
evidence still has probative value (with implications from de Barry
George case), Science and Justice (2013)] los autores señalan
correctamente la problemática de las definiciones imprecisas y de
las falsas hipótesis excluyentes, como ocurre en este caso, y hacen
una aportación interesante al debate sobre la (discutida) utilidad
del teorema de Bayes en el ámbito de la justicia. Lamentablemente,
sus afirmaciones están lastradas por el error de considerar
como base para los posibles cálculos (que en realidad no se pueden realizar, ya que faltan elementos esenciales) las estimaciones de Keeley y otros ante
el tribunal de apelación. Como esas estimaciones no tienen base
científica, los posibles desarrollos matemáticos que se pudieran intentar realizar a partir de ellas no servirían para nada. Vamos a ver lo afirmado por Keeley.
Ante el
tribunal de apelación a Keeley se le solicitó que estimara la
probabilidad (se iba a utilizar una técnica llamada Case
Assessment and Interpretation) de encontrar una o varias
partículas de disparo en el bolsillo del acusado en cada una de dos
hipótesis siguientes:
1) Que el
acusado fuera el hombre que había disparado contra Jill Dando.
2) Que el
acusado no fuera el hombre que había disparado contra Jill Dando.
Keeley
estimó que la probabilidad de no encontrar ninguna partícula era
del 99 % en cada uno de los dos casos. La probabilidad de encontrar
una o unas pocas partículas era del 1 % en cada uno de los dos
casos, y la probabilidad de encontrar muchas partículas era de una
entre diez mil para cada una de las proposiciones, queriendo
significar esto último que era remota en extremo.
El
problema del tribunal de apelación, y de los autores del artículo,
es que no parecieron darse cuenta de que Keeley, para decirlo de
forma que se entienda, se estaba inventando todos esos números.
Nadie lo cuestionó ni se le presionó para que proporcionara la fuente de
esos porcentajes, o como había llegado a ellos. No habría podido
explicarlo, ya que no había, ni hay, estudios lo suficientemente
amplios y fiables para realizar una estimación con algún
fundamento. No se sabe en cuantos casos encontraríamos alguna
partícula de residuo si registramos una casa, incluyendo todo lo que
hay en su interior, de forma concienzuda. ¿Uno entre diez, entre
diez mil? ¿Y si consideramos una casa donde no se limpia nunca o
casi nunca? Tampoco existen estudios fiables sobre la persistencia de
residuos de disparo meses o años después de un evento único.
No dudo
que las conjeturas sin base científica de Keeley puedan tener más
fundamento que las conjeturas sin base científica de otras personas,
pero eso no cambia el hecho de la ausencia de base científica para
las conjeturas, y que no sabemos si estas se corresponden con la
realidad, están razonablemente cerca, o se alejan por varios órdenes
de magnitud. Así que, desde el punto de vista científico, no era
posible afirmar cuan improbables eran ambas alternativas, ni si una
era más probable, o improbable, que la otra. Por supuesto, si alguno
de los peritos hubiera declarado eso, alguien podría haber planteado
que estaban haciendo ellos, y la prueba, en el proceso; y habría
sido una pregunta más que sensata.
Por
suerte, para el nuevo juicio se eliminó la partícula como prueba, ya que
incluso la presentación supuestamente correcta que favorecían los
científicos y el tribunal de apelación podía haber llevado también
a error al nuevo jurado. No es sencillo comprender las sutilezas de
la probabilidad, e incluso personas preparadas, que leen con cuidado
las opiniones durante semanas, como hicieron los miembros de tribunal
de apelación, pueden estar confusas y cometer errores. No digamos
miembros de un jurado que escuchan a alguien hablar sobre este
complejo asunto. Si se le dice a un jurado que la probabilidad de que
la partícula proceda de la pistola que mató a Jill o de otra fuente
es la misma, y que ambas son muy improbables, podría interpretar que
si el suceso ha tenido lugar y ambas opciones son igual de probables o improbables,
hay un 50 % de probabilidades de que la partícula proceda del arma
del crimen. Esto puede pasar porque no se ha estimado la probabilidad de las dos hipótesis de partida de Keeley, y se podría interpretar que cada una tiene las misma probabilidad a priori que la otra.
Lo cierto
es que la partícula de residuo de disparo nunca debió ser admitida
en el juicio. No había forma de deducir de forma científica su
procedencia, y por tanto, no era adecuado presentarla como evidencia
científica. Es un ejemplo perfecto de sobrestimación de la
capacidad de una técnica. Los primeros años del siglo
XXI han visto el ocaso de la prueba (en realidad hay varias técnicas
o pruebas diferentes) de residuos de disparo, que nunca ha alcanzado
lo que prometía, ni ha sido capaz de encontrar una correspondencia
unívoca entre arma y residuos, y debido a ello el FBI dejó de
realizar los test hace tiempo. A la espera de algún avance
científico importante en este campo, los tribunales deberían ser
muy estrictos y cuidadosos a la hora de admitir esta prueba. (Tengo
previsto destinar una entrada en exclusiva a las pruebas de residuos
de disparo, y todavía se tratará un poco más sobre este asunto en la siguiente entrada)
EL SEGUNDO JUICIO
No hay demasiado que contar sobre el segundo
juicio. Los testimonios, sobre todo el de Susan Mayes, y el asunto de
las visitas a Hafad y London Traffic Cars fueron los principales
argumentos de la acusación. El juez, a la luz de la nueva evidencia,
y pese a la resistencia de la acusación, decidió eliminar como
prueba la partícula de residuo de disparo, y por tanto la Corona se
quedó sin pruebas físicas que ligaran al acusado con el crimen.
Intentaron sustituirlo con la fibra hallada en el abrigo de la
víctima, a la que ahora concedían gran importancia. Los abogados de
la defensa, como en el primer juicio, decidieron que era mejor que
Barry no declarara. El juez dictaminó que eso no debía pesar de
forma negativa en el jurado.
La principal diferencia respecto al primer
juicio, si exceptuamos el residuo de disparo, es que la acusación
pudo utilizar el historial de
acoso y seguimiento a mujeres del acusado, y se emplearon a fondo en ese tema.
Presentaron a muchas mujeres que habían sido seguidas por Barry, y
que se habían sentido amenazadas. Lo cierto es que presentaron un
caso convincente de que Barry era un tipo poco recomendable, un
pervertido que seguía y acosaba las mujeres, pero eso no los
acercaba ni un milímetro a una condena por asesinato. Es más, en mi
opinión, ese despliegue de la acusación tuvo el efecto contrario al
deseado, ya que para arrojar una luz negativa sobre Barry bastaba con
mostrar su historial y presentar un par de testimonios. Insistir
tanto con un tema que no estaba directamente relacionado con la
acusación mostraba la debilidad de esta.
William Clegg, abogado defensor |
La defensa consiguió debilitar la ya de por sí
floja prueba de la fibra. Se puso de manifiesto que mientras los
sanitarios intentaban reanimar a la víctima, habían cortado su
abrigo y lo habían dejado de lado, en el suelo, donde había
permanecido varias horas hasta ser recogido. La fibra podía proceder
de cualquiera de los policías o enfermeros que estuvieron allí, o
bien de Farthing, de sus amigos, de otras prendas de Jill, o de
cualquier otro lugar. No había manera de ligar esa fibra con Barry
George. El abogado de la defensa, Clegg, realizó un alegato final
muy corto, que inquietó mucho a los seguidores de Barry, que
esperaban un largo y poderoso discurso. Clegg afirmó que no era
posible que con su cociente de 75 Barry George pudiera haber llevado
a cabo un crimen perfecto que habría implicado tanta planificación.
Después, se limitó a argumentar que la única prueba forense, la
fibra, no podía ser ligada al acusado de ninguna manera. Fue una
estrategia de defensa arriesgada pero muy calculada. Lo que Clegg
quería dejar claro era que las supuestas pruebas de la acusación no
merecían más tiempo. La prueba testifical (Mayes y las empleadas de
Hafad) era confusa, y no era posible establecer una conclusión firme
sobre ella. Lo único que le quedaba a la acusación, aparte de la
demostración de que Barry era un acosador de mujeres, era la fibra,
solo eso. Y esa prueba había sido destruida por la defensa. No había
más, no había caso, no había necesidad de un largo discurso.
Parece ser que la discusión del jurado giró
sobre el testimonio de Susan Mayes. Solicitaron las transcripciones
de sus declaraciones (incluida la del primer juicio, que el juez les
negó) y visionaron el vídeo de su rueda de reconocimiento.
Finalmente, tras dos días de deliberaciones, el viernes 1 de agosto
de 2008 el jurado regresó con su veredicto: No culpable. Barry,
silencioso, no reaccionó hasta que el juez le comunicó que era
libre, que podía marcharse. Había pasado más de 8 años en la
cárcel.
Michelle Diskin |
Un jurado había condenado a Barry George, y
otro lo había absuelto. Pero la duda quedaba en pie: ¿había
asesinado Barry George a Jill Dando?
La acusación y la policía, con Hamish Campbell a la cabeza, continuaban opinando que Barry George era
culpable. Aceptaban el veredicto, por supuesto, pero ellos
consideraban que el correcto había sido el del primer juicio. Había
otros que consideraban que Barry era inocente, y que la policía le
había cargado el crimen al chiflado del barrio. Había un tercer
grupo cuya opinión era menos firme. Consideraban que, efectivamente,
las pruebas eran débiles y confusas, e insuficientes para una
condena, pero que, pese a todo, era bastante probable que Barry
George fuera el asesino. Sí, la partícula de residuo de disparo no
era suficiente, pero… Sí, las identificaciones eran confusas y no
demasiado fiables, pero ahí estaban… Y además el asunto de
Hafad… Era posible que la evidencia no fuese suficiente para
superar los rígidos requisitos legales, pero considerada en su
totalidad parecía indicar que era más probable que Barry George fuera el asesino que lo contrario.
Considero que esta última hipótesis es errónea, y trataré de explicar la razón en la siguiente entrada.
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Etiquetado asesinato, Barry George, crimen, Gran Bretaña, Hamish Campbell, Inglaterra, Jill Dando, Londres