No hay otro caso como este. Una víctima famosa, un crimen inusual, un enigma que se agranda con el tiempo. Al principio pareció que no iba a poder ser resuelto, después se resolvió, y finalmente quedó de nuevo pendiente de resolver. Va camino de convertirse en uno de los grandes misterios de la historia criminal.

MUERTE DE UNA ESTRELLA DE TELEVISIÓN

¡ Jill Dando ha sido asesinada ! Poco antes de las 13:00 horas del lunes 26 de abril de 1999 este rumor comenzó a extenderse por las redacciones de periódicos y cadenas de televisión, y la incredulidad pronto dejó paso a la sorpresa y el desconcierto. ¿Jill Dando? Esas cosas no pasan, no les pasa a personas como Jill.  

Jill Dando


Jill Dando y Alan Farthing
Probablemente la presentadora más conocida del Reino Unido, a sus 37 años Jill Dando estaba en el mejor momento de su vida. Presentaba programas de éxito para la BBC, aparecía en revistas y reportajes, se relacionaba con la realeza y la aristocracia, y acababa de anunciar su compromiso de boda con Alan Farthing, un brillante ginecólogo. 
 
Desde la misma tarde del crimen, y durante varios días, el suceso abrió los noticieros y monopolizó las portadas de diarios y periódicos sensacionalistas. Era la noticia con más impacto desde la muerte de la princesa Diana, ocurrida un par de años antes. Aunque inicialmente se reportó que la presentadora había sido apuñalada, creencia basada en una suposición de la testigo que descubrió el crimen, pronto se aclaró que Jill había recibido un único disparo en la cabeza, a la puerta de su casa de Fulham. El asesinato había tenido lugar en un elegante barrio de Londres a plena luz del día, lo que resultaba inusual. La prensa comenzó enseguida a especular si el disparo en la cabeza podía indicar una ejecución.

Portada de un diario


De forma casi inmediata se plantearon cuatro hipótesis:

1) Un crimen personal. Quien la mató, por sí mismo o a través de un tercero, habría sido alguien cercano a ella, a causa de problemas sentimentales o económicos.

2) El acosador. Podía haber sido un admirador despechado o un acosador enloquecido. Tal vez alguien parecido a Mark David Chapman, el asesino de John Lennon.

Equipo de Crimewatch
3) Un criminal resentido. Aparte de programas de viajes o antigüedades, Jill era conocida sobre todo por ser la copresentadora, junto a Nick Ross, de Crimewatch, un conocido programa de la BBC que recreaba crímenes sin resolver y apelaba a la colaboración ciudadana. Tal vez uno de los programas había molestado mucho a alguien y Jill lo había pagado.

4) La conexión serbia. Por esas fechas estaba en su apogeo la intervención de la OTAN en la antigua Yugoslavia. Tan solo tres días antes del crimen había sido bombardeada la sede de la televisión yugoslava, matando a 16 trabajadores. Además, Jill había presentado poco antes un programa especial de la BBC solicitando ayuda para los refugiados de Kosovo. El asesinato podía ser una venganza de un comando serbio.

Inspector Jefe Hamish Campbell
La investigación comenzó de inmediato con un gran despliegue de medios. Decenas de agentes (el equipo llegó a contar con 45 personas), bajo las órdenes del inspector jefe Hamish Campbell, participaron en la llamada Operación Oxborough, destinada a encontrar al asesino. Cuando se revisa el trabajo realizado por el equipo de Oxborough, lo cierto es que impresiona. Cuando finalizó la investigación se había entrevistado a 5.000 personas, se habían tomado 2.400 declaraciones, se habían recibido 7.000 informaciones, se habían comprobado 80.000 llamadas de teléfono y examinado 14.000 correos electrónicos. El crimen de motivación sexual se descartó de inmediato, y el robo también, ya que Jill llevaba en una muñeca un valioso reloj, y en uno de sus dedos, bien a la vista, el costoso y llamativo anillo de compromiso. Además, ninguna de esas dos posibilidades encajaba con los datos conocidos. 

Hay que señalar algo importante acerca del lugar donde se cometió el asesinato, el 29 de Gowan Avenue, Fulham, Londres. Aunque la casa pertenecía a Jill, ya no residía allí de forma habitual y tan solo la visitaba de vez en cuando. Desde que había anunciado su compromiso con Farthing, a principios de año, y durante los últimos meses de su vida, Jill no tuvo un domicilio regular. Viajaba con mucha frecuencia debido a sus programas de viajes o antigüedades, durmiendo fuera de Londres en muchas ocasiones. Otra veces ella y Farthing hacían escapadas a lugares románticos. Cuando estaba en Londres, algunas veces ella y su prometido habían pernoctado en la casa de Gowan Avenue, pero tan solo lo habían hecho dos noches durante el último mes de vida de Jill. Casi siempre dormían en la casa de Farthing, en Chiswick. Con la boda prevista para septiembre, habían decidido poner en venta las casas de ambos y comprar una nueva.

Una de las ofertas que recibió Jill fue la de un familiar de su vecino del número 31, Richard Hughes, y ya habían llegado a un acuerdo, en el precio (la vendía en unas 350.000 libras, cuando le había costado 265.000 tan solo cuatro años antes) y en todo lo demás. Estaba previsto que los compradores se trasladaran allí en julio, pero mientras tanto Jill seguía teniendo en la casa parte de su ropa, una pequeña oficina con documentos, archivos, y sobre todo, su fax. Además, continuaba siendo su dirección postal y allí recibía el correo. Así que de vez en cuando visitaba la casa, sola o acompañada por Farthing, y aprovechaba para coger ropa, los fax que hubieran llegado, y el correo. No eran visitas regulares, eso era imposible con sus viajes y sus compromisos, y además, las visitas se habían ido espaciando con el tiempo.

Si he explicado con detalle la relación de Jill con la casa es porque resulta muy importante a la hora de analizar el caso.

ANTES DEL CRIMEN

El miércoles 21 de abril, cinco días antes del crimen, Jill viajó a Dublín para rodar el programa de antigüedades. Se quedó allí esa noche y la del jueves, y no regresó a Londres hasta el viernes. Esa noche durmieron, como solían hacer, en la casa de su prometido. Fueron despertados de madrugada, ya que una paciente de Farthing tenía problemas, y este tuvo que ir al hospital. El sábado por la mañana estaban cansados y tardaron en levantarse. Después de comer Farthing regresó al hospital para revisar el estado de sus pacientes, y Jill aprovechó para visitar la casa de Gowan Avenue. Los registros de la alarma indican que entró en la casa a las 14:02 y la dejó a las 15:34. Allí recogió el correo, hizo algunos pequeños trabajos, cogió un vestido que iba a ponerse esa tarde en un acto, y al revisar el fax se dio cuenta de que apenas quedaban papel y tinta.

Esa tarde de sábado la pasaron en un acto de recaudación de fondos para caridad, donde se subastó un baile con Jill, y alguien pagó 400 libras por el privilegio. Durante el acto, recordó su prometido más tarde, alguien que dijo llamarse Julian se acercó a ellos y entabló conversación. Parecía saber tanto de Jill que Farthing lo encontró inquietante. Nunca se ha sabido su identidad. El domingo estaba nerviosa debido al estreno de Antiques Inspectors, el programa de antigüedades que había estado rodando. Por la tarde, ella y Alan vieron juntos el programa en la casa de Chiswick, y después recibió algunas llamadas de felicitación. Parecía que el programa había gustado. Por la noche la pareja estuvo conversando sobre la organización de la boda, prevista para el 25 de septiembre. Lista de invitados, recepción, lugar de la ceremonia… Después se fueron a la cama.


EL DÍA DEL CRIMEN

El lunes la alarma sonó a las 6:45 de la mañana, ya que Farthing tenía que estar temprano en el hospital. Ella se quedó en casa, y mantuvo algunas conversaciones telefónicas, con los padres de Alan y con algunas amigas. A las 12:30 tenía previsto acudir a una comida de caridad en el Lannesborough Hotel, y era el único compromiso que tenía ese día. Una vez arreglada, a las 10:10 salió de la casa de Chiswick y se subió en su BMW. La policía revisó cientos de horas de grabaciones de cámaras de seguridad, y pudo establecer con bastante precisión la ruta y los movimientos de Dando esa mañana.

– 10:20. En una estación de servicio BP echó gasolina al coche y compró una botella de leche desnatada. Se dirigió a Hammersmith y aparcó el coche en Bridge Avenue. Desde allí fue caminando hasta King´s Street, y entró en una tienda de la cadena Ryman, donde compró un paquete de 500 hojas A4, pero no encontró tinta para el fax.

Jill buscando tinta para el fax
– 10:46. Pagó en Ryman, y se dirigió al King´s Mall shoping centre, y una vez allí entró en la tienda Dixon, donde revisó las estanterías buscando la tinta para su fax, pero tampoco tuvo suerte, y después de unos minutos dejó la tienda y fue en busca de su coche. 

– 11:13. Una mujer la reconoció entre el tráfico, ya en Fulham, y llamó a una amiga para contarle que había visto a una famosa. El BMW de Jill entró en Fulham Road, y comenzó a buscar algún sitio para aparcar. Tras intentarlo en un par de calles, lo consiguió en Munster Road. Desde allí recorrió un corto trecho caminando hasta una pescadería.

– 11:20. A esta hora aproximada entró en Cope´s fish shop, donde compró 2 filetes de lenguado para cenar con Alan esa noche. Mientras estaba en al tienda, a las 11:23, recibió una llamada de teléfono confirmando unas reservas para el musical Mamma Mia, una sorpresa para el cumpleaños de su prometido, y se puso muy contenta. Poco después dejó la tienda y regresó a buscar su coche. Recorrió unos cientos de metros por Munster Road y giró a la izquierda, hacía Gowan Avenue.

-11:30. Aproximadamente. Recorrió Gowan Avenue y el llegar a la altura del 29 Jill tuvo un golpe de suerte y encontró un hueco para aparcar casi en la puerta de su casa.

Antes de continuar hay que explicar que durante ese viaje de una hora y veinte minutos entre la casa de Chiswick y la de Fulham, Jill recibió un buen número de llamadas en su teléfono móvil y también realizó alguna. Tan solo una de ellas resulta relevante, y fue una llamada que recibió sobre las 10:30. Su interlocutora era Allasonne Lewis, una empleada del agente de Jill, Jon Roseman, y que era la encargada de gestionar el día a día de Dando. Lewis le había enviado algunos fax esa mañana, pero no se había completado el envío, y la llamaba para interesarse por si había algún problema. Jill le respondió que sabía lo que ocurría, la falta de papel y tinta que había notado el sábado, y le comentó que se dirigía a comprarlos, y que esperaba que para la hora de comer estuviese todo arreglado.

Después de aparcar su coche, Jill abrió el maletero y sacó las bolsas con las compras y algunas cosas que llevaba para la casa. Es casi seguro que tenía pensado dejar la leche y el lenguado en la nevera y recogerlos al finalizar la comida en el hotel. No había conseguido comprar la tinta para el fax, pero es posible que tuviese intención de intentarlo más tarde, mientras regresaba del hotel, y aprovechar que iba a recoger la leche y el pescado para dejar el fax en funcionamiento, pero lo cierto es que no es más que una conjetura.

Pulsó el botón de alarma del BMW, que hizo su beep característico, y con su bolso colgado del hombro derecho y la bolsa con sus cosas en la otra mano, se dirigió hacia la casa. No se sabe si la cancela estaba abierta o cerrada, pero sea como fuere, atravesó la entrada y tras unos pocos pasos se paró delante de la puerta y abrió el bolso para sacar las llaves de la casa, que llevaba en otro llavero distinto al de las llaves del coche. Vean la siguiente (e inquietante) foto de Jill en la puerta de su casa, porque puede ser una buena aproximación de su posición cuando estaba a punto de ser asesinada. Seguramente la única diferencia sea que el día del crimen estaría mirando hacia la puerta en vez de a la cámara. 

Jill Dando en el lugar donde sería asesinada

No tuvo tiempo de abrir la puerta. Alguien se acercó a ella por detrás, con rapidez, y la tiró al suelo, o la obligó a tirarse. Allí, con la frente de Jill tocando la baldosa o muy cerca de esta, el asesino, agachado, apretó con fuerza el cañón de una pistola contra la sien izquierda de su víctima y disparó. La bala atravesó la cabeza de Jill y salió por la sien derecha, provocando un daño cerebral masivo. El asesino se marchó de inmediato, molestándose en cerrar la cancela detrás suyo.
  
 
29 Gowan Avenue en 2008


 
Richard Hughes
Al menos dos personas vieron al asesino cuando se marchaba. Uno de ellos fue Richard Hughes, el vecino del número 31 cuyo familiar había llegado a un acuerdo con Jill por su casa. Hughes estaba en el piso superior de su domicilio cuando escuchó claramente el beep de la alarma del BMW. Su mujer tenía un coche como el de Dando, y la alarma sonaba igual. Poco después de la alarma escuchó unos pasos y un grito, que le sonó extraño, tal vez más de sorpresa que de miedo. Pero le inquietó lo suficiente como para levantarse y dirigirse a mirar por una de las ventanas, y mientras se acercaba pudo escuchar el ruido del cierre de la cancela. Al apartar la cortina vio a un hombre que acababa de dejar la cancela atrás y giraba hacia la izquierda, alejándose de la casa. No pudo verlo bien, tan solo media cara cuando el hombre giró ligeramente su cabeza para mirar atrás mientras se alejaba, pero le pareció alguien elegante, tal vez un amigo de Jill, pensó. Desde la ventana no podía ver la puerta de su vecina, así que al no observar nada extraño pensó que todo estaba bien. Lo último que vio antes de retirarse de la ventana fue al vecino de enfrente, Geoffrey Upfill-Brown, que salía de su casa.

El hombre que vio Hughes le recordó vagamente a un personaje de televisión, el cómico Bob Mills. Le parec que tenía la cara gruesa, con papada, y el cuerpo robusto, como el de un soldado o un jugador de rugby. Llevaba un sobretodo tipo Barbour, marrón oscuro, con solapas de distinto material al resto. Aunque no pudo precisar su altura, Richard tuvo la impresión de que era más alto que él mismo, que medía 1,71 metros. El hombre tenía una espesa mata de pelo negro, liso. Llevaba en la mano derecha lo que Richard le pareció un teléfono móvil.

Geoffrey Upfill-Brown, de 68 años, estaba saliendo de su casa, el número 30, cuando le llamó la atención un hombre que corría por la acera de enfrente. Al escuchar el sonido del cierre de la cancela de Upfill-Brown el hombre miró en su dirección, y al notar que estaba siendo observado frenó su carrera y continuó a un trote ligero. Upfill-Brown, que se fijó bien porque su actitud le pareció sospechosa, le siguió con la vista unos treinta o cuarenta metros, hasta que el hombre desapareció detrás de una furgoneta aparcada. Pero como tampoco vio ni escucho nada extraño, aparte del sujeto corriendo, no dio ninguna alarma. El hombre que vio mediría 1,73 metros, y tenía una constitución fuerte. Tenía el pelo negro y largo, y al testigo le dio la impresión de que podía llevar una peluca. De entre 35 y 40 años de edad, correctamente afeitado, de tez pálida. Llevaba una chaqueta oscura, larga y holgada, unos pantalones también oscuros y holgados, y zapatos negros. No hay duda de que Hughes y Upfill-Brown vieron al mismo hombre, ya que Hughes vio también a Upfill-Brown saliendo de su casa. Las diferencias en la descripción no sorprenderán a nadie familiarizado con los problemas que plantean las declaraciones de los testigos. De todos modos, las coincidencias son muy significativas. Los dos describieron al hombre como robusto y no muy alto, y ambos se fijaron en su mata de pelo negro. Ropa oscura, una chaqueta o tal vez un abrigo.


Pasaron unos cuantos minutos hasta que se descubrió el crimen. Helen Doble, una conocida de Dando que vivía en una calle cercana, caminaba por Gowan Avenue en dirección a una copistería. Cuando vio aparcado el BMW de Jill se dijo que tal vez pudiera charlar unos minutos con ella, como hacía siempre que se encontraban. Al llegar a la altura de la cancela y mirar hacia la puerta vio a su amiga tirada en un charco de sangre. La reconoció de inmediato, y le pareció que estaba muerta. Eran las 11:43 cuando llamó a emergencias y pidió una ambulancia, diciendo que Jill Dando había sido apuñalada, eso pensaba debido a la cantidad de sangre. Después, sin saber que hacer, fue a buscar a una amiga unos números más atrás, en la misma calle. Esta, nada más ver lo que pasaba, entró en una consulta médica que había en el número 21. El doctor no estaba, pero la recepcionista acudió con ella y las tres se quedaron en la acera, sin atreverse a acercarse más. Richard Hughes escuchó a las mujeres hablar y salió a ver lo que ocurría, descubriendo entonces al crimen. A las 11:53 llegó un coche de la policía, e inmediatamente los paramédicos, que intentaron reanimar a Jill, y procedieron a su traslado al hospital. Allí, a las 13:05, fue declarada oficialmente muerta.

Más tarde, cuando los detectives reconstruyeron todos los movimientos de la víctima, calcularon que el disparo fatal había sido realizado sobre las 11:30 o las 11:32, no mucho antes o después. Los al menos 10 minutos que pasaron entre el asesinato y el descubrimiento del cadáver se explican porque pese a que pasaron varias personas y coches delante de la casa durante ese tiempo, la única manera de ver a Jill tirada en el suelo era mirando hacia la casa justo al pasar a la altura de la cancela. El muro impedía ver el cuerpo de Jill casi desde cualquier otro lugar.

La policía centró sus pesquisas iniciales en dos elementos bastante prometedores: el arma del crimen por una parte, y los testimonios de vecinos y transeúntes, por otra. Por desgracia, en vez de proporcionar respuestas, ambos elementos plantearon nuevas preguntas y acabaron añadiendo confusión al caso. El arma del crimen es un pequeño misterio en sí misma, y los testimonios, muy numerosos, vagos y contradictorios, lo que consiguen es desconcertar.

EL ARMA DEL CRIMEN

El autor del blog http://historiadelasarmasdefuego.blogspot.com/ ha respondido amablemente a mis muchas preguntas, y me ha aclarado bastantes dudas. No tienen ninguna responsabilidad en los posibles errores que yo haya podido cometer en la siguiente exposición.

Pistola 9mm short
La bala que atravesó la cabeza de Jill Dando rebotó en la puerta, a unos 22 centímetros del suelo, y cayó junto al cuerpo. Cerca de este se halló también el casquillo. Con un análisis minucioso de ambos elementos los especialistas fueron capaces de establecer la munición y el tipo de arma utilizada. El casquillo era de una variedad comercial fabricada por Remington en los Estados Unidos para su uso en pistolas semiautomáticas de 9mm, en su versión short. Una pistola pequeña que fabrican varias empresas, como Walther o Beretta, pero no se pudo determinar el fabricante.

En el casquillo se encontraron 6 extrañas marcas que los detectives y expertos no pudieron identificar. No había precedentes en ningún crimen cometido en Gran Bretaña de marcas similares, y parece que buscaron también en algunos otros países. 

El crimpado es el proceso de ajustar la boca del casquillo alrededor de la bala para que sujete esta correctamente. Este proceso se suele realizar cuando se quiere aprovechar un casquillo usado, colocando una nueva bala en el mismo y ajustando para que quede bien sujeta. Hay dos sistemas, mediante una matriz de crimpado o una tenaza de crimpado. Al parecer las marcas del casquillo del crimen se parecían más a las de una tenaza de crimpado que a las de una matriz. Pero el problema, dijo la policía, es que la tenaza suele dejar tres marcas que suelen ser casi idénticas. En este caso había seis marcas, y todas ellas eran diferentes entre ellas, bastante imperfectas. Parecía, dijeron, como si alguien hubiese usado un clavo y un martillo para realizar un crimpado. Por otra parte, podrían ser marcas sin relación alguna con un crimpado. Tal vez una especie de firma del asesino, o de quien le vendió el arma y la bala a este.

Casquillo y bala
Pero esto era solo parte del misterio. En el casquillo tan solo se encontró una señal de eyección de pistola semiautomática, es decir, tan solo había sido disparado una vez. En la bala tampoco había ninguna marca típica de haber sido separada del cartucho, ni manualmente ni mecánicamente. Según todos los indicios, la bala y el cartucho nunca se habían separado hasta el disparo, así que ¿quien y por qué habría hecho esas extrañas marcas que parecían de crimpado manual?

La bala era un tipo estándar de Remington. Pero su análisis demostraba que la pistola que la había disparado tenía el cañón liso, y según parece no se fabrican pistolas semiautomáticas con el cañón liso. La hipótesis más probable, según la policía, era que el arma era una que había sido desactivada y después vuelta a activar, seguramente sustituyendo el cañón inutilizado durante el proceso de desactivación por uno fabricado de forma artesanal, tal vez a partir de un tubo de metal.

Había otras dos posibilidades: Que fuese una starting pistol alterada para poder disparar munición real, o que fuese una pistola normal alterada con un nuevo cañón más largo, y vuelto a recortar. Pero la policía consideraba estas dos opciones más improbables que la primera.

Por último, según el encargado de la investigación, no se había utilizado silenciador. La información sorprendió bastante, ya que se sabía que nadie había escuchado el disparo. Richard Hughes que pudo escuchar claramente el sonido de la alarma del coche de Dando, el grito de la víctima y el ruido de la cancela al cerrarse, no escuchó ningún disparo. Otro vecino que vivía un poco más lejos también creyó escuchar un grito, y tampoco escuchó un disparo.

Ha habido algo de confusión sobre el tema, ya que se dijo que la falta de silenciador se había deducido a partir de la ausencia de marcas del mismo sobre la bala, pero esto no es cierto. Los silenciadores, o supresores, reducen el ruido de un disparo reteniendo los gases resultantes del mismo, pero la bala no toca las paredes y no quedan marcas, y por tanto, la ausencia de las mismas no excluye la utilización de algún tipo de supresor. Yo sospecho que la falta de silenciador se dedujo a partir de la marca, las quemaduras y la pólvora halladas en el orificio de entrada, típicos de disparos a cañón tocante, pero que son diferentes o están ausentes cuando se utiliza un supresor. A partir de la ausencia de silenciador, hay opiniones diferentes sobre la razón por la que nadie escuchó el ruido del disparo. Para algunos la explicación está en que al apretar la pistola con tanta fuerza contra la sien todos los gases resultantes entraron en la cabeza, actuando esta como un supresor.

Sin embargo otros dicen que esto no es suficiente para explicar la falta de ruido, y proponen la hipótesis de que en realidad la bala y el casquillo se separaron de alguna manera y que al casquillo se le retiró parte de la pólvora antes de volver a montarlo con la bala. La presión de la pistola contra la cabeza y la menor cantidad de pólvora si podrían explicar la falta de ruido. En contra de esta hipótesis está el hecho de que no se encontraron marcas de separación en la bala. No está del todo claro si los técnicos serían siempre capaces de detectar dichas señales, sobre todo en balas deformadas por un impacto. El autor del blog me ha expresado sus dudas sobre la efectividad de quitar pólvora. Ese tipo de munición es poco potente, y la falta de incluso una pequeña parte de la pólvora podría provocar que la bala se quedara sin fuerza para penetrar.

También me ha comentado que un disparo realizado en esas circunstancias tampoco tiene porque hacer mucho ruido, y además este sería grave, en contraposición a sonidos agudos como el de la alarma del coche o el cerrojo de la cancela. Lo más probable es que la ausencia de ruido se deba al disparo a cañón tocante, aunque sin poder descartar del todo alguna manipulación de la bala. Sorprende que la policía no zanjara definitivamente esta cuestión mediante experimentos controlados. Se conocen distancias y obstáculos implicados, las condiciones meteorológicas y casi todas las circunstancias que pudieron tener influencia en el ruido implicado en el disparo. Incluso podrían haber reproducido el disparo en el mismo lugar donde ocurrió, reconstruyendo las circunstancias casi exactas del crimen, utilizando algún maniquí o el cadáver de algún animal para el experimento.

LOS TESTIGOS

La policía entrevistó a todos los vecinos de Gowan Avenue, a muchos de las calles aledañas y a los que sin vivir en la zona, habían pasado ese día por allí. A todos les preguntaron si habían visto algo inusual o extraño, o que les hubiese llamado la atención. El resultado fue una enorme cantidad de información que podía ser de ayuda, pero que también podía llevar a confusión. Los detectives pudieron ir encontrando e identificando a muchas de las personas que habían sido vistas, pero finalmente quedaron unos treinta casos sin aclarar. Muchos testimonios se presentarán con detalle en la segunda parte, cuando se trate el juicio, pero sirvan ahora unos pocos ejemplos para darnos cuenta de la problemática:

-Sobre las 9:30 o 9:40 (2 horas antes del crimen), dos mujeres que miraban por la ventana del número 55 de Gowan Avenue vieron a un hombre corriendo. Corpulento, con traje y corbata, parecía un ejecutivo de la City, según una de las mujeres, o más bien un agente inmobiliario, según la otra.

-Poco después de las 10:00 el cartero introdujo varias cartas en el buzón de la puerta de Jill, y al darse la vuelta para marcharse pudo ver a un hombre que miraba directamente hacia el número 29 desde la acera de enfrente. El hombre, al sentirse observado, se movió fuera de la vista tras una furgoneta aparcada. Pelo negro, traje oscuro, apariencia elegante.

-A las 10:08 una guardia que controlaba los aparcamientos (para aparcar en Gowan Avenue había que tener tarjeta de residente o pagar en el parquímetro) vio un Range Rover azul oscuro sin el ticket, y cuando se disponía a multarlo un hombre llamó su atención desde el interior. Mientras hablaba por teléfono el hombre parecía indicar con la mano que estaba a punto de marcharse. La guardia se alejó de allí.

-Un par de minutos después, una conductora que pasaba por la calle pudo ver que un Range Rover azul que se pegaba mucho a ella y aceleraba el motor, como si tuviera mucha prisa. Se sintió presionada y se alegró cuando vio aparcar al molesto seguidor junto al estado del Fulham.

-Sobre las 10:35 un limpiador de ventanas que trabajaba justo frente a la casa de Dando vio a un hombre delante del número 29, hablando por teléfono. Parecía elegante, con traje gris. Su pelo era rubio o marrón claro. Le pareció un agente inmobiliario.

-Aproximadamente a las 11:15 una mujer salió de una clínica cercana y se dirigió a buscar su coche (el sitio que dejó vacante lo ocupó Jill unos 15 minutos más tarde). Pudo ver a un hombre a unos metros, en la carretera. Tenía pelo negro y un traje oscuro, tal vez azul oscuro. Parecía un agente inmobiliario.

Hay más testimonios, bastantes más, incluidos los que no vieron a nadie sospechoso, o simplemente no vieron a nadie. El problema, como se puede observar, es que ninguna de las personas vistas estaba realmente haciendo nada sospechoso. Es muy probable que de no haber ocurrido el asesinato, todos estas personas hubieran sido olvidadas por los testigos muy pronto, al día siguiente o muy poco después. Las descripciones, por otra parte, difieren unas de otras. Hubo varios testigos que vieron un Range Rover azul por la zona, y eso dio que pensar a las investigadores, pero ese modelo de coche era muy habitual y se podían ver unos cuantos pasar sin más que pararse unos minutos en una calle de Fulham.

Había tantas descripciones distintas que durante un tiempo la policía consideró la posibilidad de que el asesinato hubiera sido cometido por varias personas, un equipo. Tal vez varios hombres, con un Range Rover azul de apoyo, habían vigilado y cometido el crimen. Resulta tentador construir hipótesis a partir de algunos testimonios. Estas hipótesis se analizarán en la tercera parte. El problema era que todos los sospechosos podían ser completamente inocentes, y que simplemente no habían sido encontrados y descartados. El hombre que vio el limpiador de ventanas, por ejemplo, parece ser que fue identificado como un empleado de la empresa suministradora de gas, que estaba llamando para dar la lectura del número 28. Es posible que todas las demás personas vistas tuvieran una razón igual de inocente para estar ese día en esa calle.

Algo parecido ocurría con los sospechosos vistos después de cometido el crimen.

-Sobre las 11:37 o las 11:38, un testigo vio a un hombre atravesar la calle corriendo, a la altura del cruce de Gowan Avenue con Fulham Palace Road, y seguir esta calle hacia el oeste. El sospechoso estuvo a punto de ser atropellado por un coche.

-Aproximadamente a la misma hora una mujer vio a un hombre corriendo por Fulham Palace Road, mientras hablaba por teléfono.

-Otra mujer vio a un hombre corriendo en la misma calle, y a la misma hora aproximada, pero iba en dirección contraria a donde había señalado la testigo anterior.

-Joseph Sappleton estaba esperando el autobús a la altura del número 389 de Fulham Palace Road, a menos de 200 metros de Gowan Avenue, y vio llegar a un hombre desde la zona del parque Bishop. Se fijó bien porque el hombre sudaba mucho por cara y cuello, como si acabara de correr. Llevaba una chaqueta oscura, pantalones que no parecían ir a juego, y zapatos marrones. El hombre dejó pasar un autobús y después cogió el siguiente para una parada cercana, que podía haber alcanzado con el anterior autobús.

Retrato robot
Hubo más testigos, que vieron a hombres corriendo, o comportándose de forma extraña, en la misma calle, en calles cercanas, en el parque Bishop, e incluso en la misma orilla del Támesis. También fueron vistos varios Range Rover. El problema es el mismo. No hay manera de averiguar si la mayoría de estos testimonios contiene información relevante, solo unos pocos, uno solo, o ninguno. El mismo hombre no podía estar corriendo en una dirección, en la contraria, atravesando el parque, en la orilla Támesis y esperando el autobús. Incluso para un equipo de asesinos parecen demasiadas carreras. De todos modos, como algunos testigos habían visto a un hombre corriendo cerca del cruce con Gowan Avenue y un testigo vio a un hombre sudoroso llegar a la parada del autobús, los detectives consideraron que estaban ante una buena pista. Mejor todavía, Sappleton se había fijado bien en el hombre, durante un buen rato, y a diferencia de Hughes y Upfill-Brown, fue capaz de proporcionar los datos necesarios para construir un retrato robot. Pese a la oposición de muchos detectives, los jefes decidieron dar publicidad al retrato. La policía recibió muchas llamadas, pero nunca se pudo identificar al hombre de la parada del autobús. 


LAS HIPÓTESIS

Las teorías sobre las que trabajaron los detectives a lo largo de los meses eran prácticamente las mismas que se habían planteado al principio.

1) EL CRIMEN PERSONAL

El círculo interno

Esta fue la principal línea de investigación durante los primeros meses. En primer lugar se consideró el círculo más íntimo de Jill: Su prometido, su hermano, su agente, sus compañeros de trabajo, algunos amigos…, no más de 20 personas en total. Se comprobaron y volvieron a comprobar sus coartadas hasta que quedó claro que ninguno de ellos había estado en Gowan Avenue a la hora del crimen. Pero el crimen podía haber sido cometido por un tercero en nombre de uno de ellos. Se comprobaron todas sus relaciones, su situación económica, sus familiares y sus contactos. La más pequeña relación con alguien que supiese manejar armas era investigada a fondo. Su agente, Jon Roseman, declaró más tarde que había sido sometido a un minucioso escrutinio, y que se sintió tratado como un sospechoso. Se analizaron documentos y contratos, pero tampoco se halló nada. La solución no parecía hallarse en el círculo interno. Los detectives consideraban que alguien lo suficientemente resentido contra Jill para asesinarla, u ordenar el asesinato, a sangre fría, difícilmente habría podido ocultar sus sentimientos, y que habrían tenido lugar incidentes que señalarían a alguien. Pero nadie sabía de ningún episodio sospechoso. Tal vez alguna de sus anteriores parejas podía estar dolida, pero resultó que Jill se llevaba razonablemente bien con sus antiguos novios. Tal vez la ex esposa de Farthing…, pero tampoco se encontró nada por ese camino. Jill Dando no tenía enemigos, al menos abiertamente.

Si el crimen hubiese tenido lugar una semana más tarde la perspectiva podría haber cambiando totalmente. Debido al piso que iban a comprar juntos, Jill iba a hacer testamento a favor de Alan Farthing, además de convertirlo en el beneficiario de un seguro de vida. Farthing, que pasaba dificultades económicas a causa del divorcio de su esposa, se habría convertido en el sospechoso más evidente. Tal como ocurrieron las cosas, no recibió nada. Al no haber hecho Jill testamento, las 600.000 libras que quedaron después de impuestos fueron a parar a su octogenario padre. El hermano de Jill, Nigel, a quien su padre ordenó administrar la herencia, fue investigado, pero no se halló nada. Era un periodista sin problemas económicos y se llevaba bien con su única hermana.

Parece ser que debido a un desagradable incidente entre su agente y un directivo de la BBC, Jill estaba planteándose prescindir de Jon Roseman, pero aparte de que no era definitivo, y de que es muy improbable que este supiera las dudas de Jill, Roseman no ganaba nada con la muerte de su cliente. Pero eran pistas que la policía tenía que agotar hasta ser descartadas.

El segundo círculo

Una vez que la investigación sobre el círculo interno se fue agotando, los detectives se centraron en aquellas personas conocidas de Dando, pero que no eran íntimas. Se contactó con las 486 personas anotadas en la agenda de Jill. Se entrevistó a muchos compañeros y ex compañeros de trabajo, y a todos los interesados en la compra de la casa de Gowan Avenue. También se investigó a todos sus novios y relaciones, retrocediendo hasta los días de su primera juventud. Se comprobaron todas las llamadas realizadas desde los teléfonos de Gowan Avenue, desde la casa de Farthing, desde la BBC, y desde todos los hoteles donde se había alojado en los últimos meses. Si algún contacto parecía interesante, se le entrevistaba y se revisaban sus propias llamadas.

Se construyó una biografía de Dando, con especial atención a los últimos 12 meses de su vida. Se registró y anotó cada pago con tarjeta, cada cheque, cada retirada de efectivo, cada reunión, cada viaje, largo o corto, cada acto benéfico, … etc. Se preguntó a amigos y conocidos acerca de sus encuentros con ella, dónde habían tenido lugar y lo que habían hablado. Se trataba de encontrar algún incidente que pudiese señalar a un sospechoso. Tal vez le había contado a alguien algo acerca de una tercera persona, o algún incidente que le acababa de ocurrir. Por otra parte, cabía la posibilidad de encontrar algo así como una doble vida de la víctima, que tal vez ocultaba algún secreto. Ninguna de las dos posibilidades se materializó. No encontraron ningún incidente que señalara a un sospechoso ni encontraron ningún secreto en la vida de Jill.

Se rastrearon 80.000 llamadas de móvil realizadas desde las torres cercanas al lugar del crimen. Se interrogó a algunos personajes sospechosos, e incluso se detuvo a uno que acabó siendo un sujeto con afán de notoriedad. Se contactó con todas la personas del Reino Unido que se apellidaban Dando. Se descubrió que alguien, haciéndose pasar por James Dando, supuesto hermano de Jill, había llamado el 1 de febrero (el día que apareció en los periódicos el anuncio del compromiso de Dando y Farthing) a varias compañías de suministros para intentar cambiar las facturas a su nombre y también la forma de pago. Seis días antes del crimen, alguien llamó a la compañía telefónica para intentar lo mismo. La policía comenzó una lenta y laboriosa investigación para encontrar al autor de las llamadas.


2) EL ACOSADOR

Unos tres años antes del crimen Jill comenzó a recibir en la BBC cartas de un admirador que pretendía tener un encuentro con ella. Cuando comenzó a insistir, ella le respondió dos veces solicitando de forma educada que la dejase en paz. Pero no sirvió, y el misterioso admirador comenzó a ganar confianza. Cuando Jill se encontró una de las cartas bajo la puerta de su casa se alarmó y avisó a la seguridad de la televisión. Finalmente se supo que el autor de las cartas era John Hole, de Kent, un solitario de cerca de sesenta años, que cuando se vio expuesto se disculpó y prometió no volver a molestar a la presentadora. Otros admiradores habían escrito y llamado a Jill, nada que no sufran muchos famosos, pero el acoso de Hole había durado más de dos años. Una vez cometido el asesinato, la policía lo sometió a una intensiva investigación durante varias semanas antes de descartarlo. Los detectives encontraron a 140 personas que tenían algún interés más allá de lo normal en Jill Dando, pero ninguno de ellos fue considerado un sospechoso prometedor. También se investigó a algunos acosadores conocidos, pero tampoco se halló ninguna pista que los ligara con Dando o el crimen.

Durante los primeros meses los detectives consideraron que la hipótesis del acosador tenía un grave problema: no había señales de acoso. Una vez finalizado el asunto Hole, Jill no recibía más cartas o llamadas que cualquier otro famoso. No comentó con ningún amigo ni conocido ningún incidente, y todos coinciden en que durante los meses anteriores al crimen nadie la estaba acosando.


3) CRIMEWATCH

La hipótesis era aparentemente atractiva, pero no tenía mucho recorrido. Jill Dando era presentadora, no periodista de investigación. A diferencia de su compañero de programa, Nick Ross, ella no participaba en la documentación y preparación de los reportajes. En caso de venganza, Ross o alguno de los policías que participaban en el programa eran un objetivo más obvio, sin contar a los policías que realmente habían investigado cada caso, o los jueces y fiscales implicados. Aunque no se podía descartar del todo la hipótesis, no parecía tener mucho fundamento. El mismo Nick Ross ha escrito que no hay precedentes en el Reino Unido de venganzas de delincuentes sobre policías o jueces, y sería más extraño todavía encontrar la venganza dirigida a una presentadora. También ha comentado Ross que cuando visitaba cárceles o entrevistaba a delincuentes solía encontrar muestras de simpatía en vez de resentimiento.

La policía consultó con todos sus confidentes y contactos en el mundo del crimen por si alguien había escuchado algún rumor o algo relacionado con el asesinato. Nada.


4) LOS SERBIOS

Este enfoque parecía más prometedor. Además del reciente bombardeo de la televisión yugoslava, unas semanas antes Dando había presentado un programa especial para conseguir ayuda para los refugiados de Kosovo. Tal vez ese programa había provocado que los serbios se fijaran en ella, y cuando poco después tuvo lugar el ataque a la televisión, la tomaron como objetivo. En contra de la hipótesis estaba el hecho de que los tres días entre el bombardeo y el asesinato no parecen suficientes para ordenar el asesinato y organizarlo correctamente. Además, si el asesinato era una venganza, sería de esperar que algún grupo serbio lo hiciera notar claramente, revindicando el acto de alguna forma.

Aunque hubo dudas, a la policía tampoco le convencía esta hipótesis, sobre todo porque la presentadora era una víctima muy improbable. De haber querido los serbios tomar venganza, tenían a su disposición decenas, sino cientos, de políticos o militares, cuyos domicilios no eran más difíciles de encontrar que el de Jill Dando.

Programa especial sobre Kosovo
Aunque la hipótesis serbia se había planteado el mismo día del crimen, según Nick Ross, no fue tomada en serio hasta que la secretaria de Jill en la BBC recordó que tras el programa especial sobre Kosovo se había recibido una carta (que destruyó poco después) en la que alguien se quejaba porque no se trataba el sufrimiento de los niños serbios, tan solo de los kosovares. En la carta no había realmente amenazas, y era bastante educada, pero sirvió para que la hipótesis se tomara en cuenta. Una vez que la prensa habló de esa posibilidad, el director de la BBC y otros personajes recibieron amenazas de supuestos comandos serbios. La opinión general de la policía es que los que amenazaban estaban aprovechando la ocasión, nada más.


BLOQUEO

Si analizamos con cuidado las circunstancias del crimen y los datos disponibles para la policía, nos podemos hacer una idea de las dificultades que enfrentaban.

1) El estudio atento de cientos de horas de grabaciones de vídeo, de decenas de cámaras, había permitido reconstruir de forma bastante precisa el recorrido de Jill esa mañana, pero no era lo único importante. Pese a los repetidos visionados en busca de una pista, no encontraron ni el más mínimo indicio de que Jill o el BMW estuvieran siendo seguidos esa mañana. Algunas de las cámaras tenían una visión muy amplia, y habría sido casi imposible que algún coche la siguiera sin que fuese descubierto.

2) La visita de Jill a la casa de Gowan Avenue no era previsible. Había estado allí el sábado, tan solo un par de días antes, y por tanto no era de esperar otra visita pronto. La única razón parece haber sido el dejar el fax con los suministros adecuados. ¿Quién sabía que iba a visitar ese día la casa? La policía nunca lo ha hecho público, seguramente para evitar especulaciones. Pero si alguien lo sabía, debía ser muy poca gente. Es probable que se lo dijera a su prometido, pero ni siquiera eso es seguro. Tal vez lo comentó con alguna amiga o la familia de Alan cuando habló con ellos la mañana del crimen, pero era un acto tan trivial que es posible que no lo hiciera. Poquísima gente sabía que iba a visitar ese día la casa, y es posible que solo Farthing y Allasonne Lewis supiesen de la visita con antelación, y esta última tan solo una hora antes del crimen.

Estos dos puntos obligaban a plantear una pregunta clave: ¿Cómo sabía el asesino o asesinos que Jill Dando iba a estar ese día a esa hora en ese lugar? Fuese un admirador despechado, o un acosador, o un delincuente ofendido, o un antiguo novio, o un serbio vengativo… ¿cómo podía saber ninguno de ellos que iban a encontrar a Jill Dando en esa casa?

La respuesta es que no lo podían saber. Que nadie la iba siguiendo, y que nadie informado podía esperar encontrarla ese día en ese lugar. Por lo tanto, parecía un crimen de oportunidad, un golpe de suerte para el asesino y mala suerte para Jill. Quien la mató desconocía que Jill no residía en esa casa. Eso encajaba mejor con un asesino individual, un acosador, que con una conspiración de criminales o serbios. En los registros se podía encontrar el nombre de Jill Dando asociado a ese domicilio, pero sería de suponer que un crimen organizado tuviese mejor información. Tal vez quien fuera había probado varias veces, y pudo suponer que el lunes era un buen día para recoger el correo. Richard Hughes declaró que Jill solía ir los lunes, pero no era tan regular, sus viajes se lo impedían, y por ejemplo, el lunes anterior no había ido, y probablemente el anterior a ese tampoco.

Aunque al principio la hipótesis de un crimen por encargo realizado por un equipo de asesinos había sido considerada con mucha atención, fue perdiendo adeptos con el paso del tiempo. Muchos detectives parecían inclinarse por la idea de algún admirador enloquecido que había estado rondando el domicilio de Jill, tal vez ya había pasado por allí en días anteriores, buscando la oportunidad. Y por puro azar Jill apareció en el momento justo. Algunos informes de psicólogos forenses apoyaban esa teoría. No era un asesinato obra de un profesional o un sicario, era obra de un aficionado que había cometido varios errores. Esta hipótesis, que más bien parece una hipótesis por descarte, fue ganando favor según se iban cerrando todas las otras línea de investigación sin resultado.

Portada del Radio Times
Se conjeturó que el admirador podría haberse sentido ofendido por el anuncio del compromiso de Jill, o por algún cambio de imagen. Por ejemplo, tan solo unos días antes del crimen Jill Dando apareció en la portada de una revista vestida de cuero, un cambio de imagen radical respecto a su usual forma de vestir, bastante recatada y modesta. Por algo era conocida como la chica de la puerta de al lado. El cambio podría haber indignado a algún admirador obsesionado con ella.


La falta de avances y de resultados, y las especiales circunstancias del caso, llevaron a algún medio a publicar que la policía había considerado incluso opciones bastante poco usuales, pero posibles. Una de esas hipótesis era que el asesino se hubiese equivocado de víctima. Había varias posibilidades:

-Un error en la calle. Hay varias calles en esa zona que son muy parecidas. Por ejemplo, Wardo Avenue, que es paralela a Gowan Avenue, parece una fotocopia de esta. Tal vez el asesino buscaba el 29 de otra calle.

-Un error al elegir la víctima. Tal vez buscaban a alguien en esa calle, pero se equivocaron de víctima. Eso podría encajar mejor con un asesinato en plena calle, pero no encaja bien con un crimen a la puerta de la casa. Salvo… Se comentó que la mujer de Richard Hughes, el vecino del 31, tenía cierto parecido con Jill. Edad aproximada, el mismo corte y color de pelo y el mismo modelo de BMW.

Sin embargo, la policía no pudo encontrar ningún motivo para que alguien quisiera matar a algún vecino de un número igual de otra calle, y la mujer de Hughes era una profesora sin enemigos.

Cuando se acercaba el primer aniversario del crimen la investigación parecía haber entrado en un callejón sin salida. La palabra fracaso  amenazaba al equipo de Oxborough.
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Próximamente

-El asesinato de Jill Dando (II): De repente, un extraño.
-El asesinato de Jill Dando (III): Los juicios.
-El asesinato de Jill Dando (IV): ¿Culpable o inocente?
-El asesinato de Jill Dando (V): Demasiadas hipótesis.

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FUENTES  

LIBROS

– Burke, Mike. Fight to clear Barry George of the Jill Dando murder.

– Cathcart, Brian. Jill Dando. Her life and death.

– Lomax, Scott. Justice for Jill. How the wrong man was jailed for ther murder of Jill Dando.

– Mansfield, Michael. Memoirs of a radical lawyer.

– McVicar, John. Dead on Time. How and Why Barry George Executed Jill Dando.

– Ross, Nick. Crime.

– Smith, David James. All about Jill. The life and death of Jill Dando.


Comentario:

Las obras de Brian Cathcart y David James Smith son las más completas, mejor escritas, mejor documentadas y más rigurosas. Resultan indispensables.

Michael Mansfield y Nick Ross tratan el caso de Jill Dando de forma tangencial y sin mucho detalle, pero sus libros contienen algunos elementos interesantes.

Scott Lomax produjo una obra irregular, con secciones brillantes, como su análisis de los testigos, y otras más flojas.

John McVicar aporta alguna información aprovechable, pero el libro no tiene el nivel de los primeros citados, y el autor divaga con frecuencia.

El libro de Mike Burke no está demasiado bien escrito, pero las relaciones familiares del autor le dan acceso a información importante, y además, es una fuente indispensable para los entresijos de la defensa y los juicios.


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PRENSA






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OTROS

Crímenes que conmocionaron a Gran Bretaña: Jill Dando

Las recreaciones son bastante deficientes y con errores de bulto, pero contiene testimonios y opiniones interesantes.


Programa de Crimewatch sobre Jill Dando.