Mike McLelland, Fiscal de Distrito

Mike McLelland era un tipo duro, y seguramente por eso había sido elegido como Fiscal de Distrito por los ciudadanos del Condado de Kaufman, deseosos de mano dura contra la delincuencia y la corrupción. Kaufman es un condado de unos 110.000 habitantes situado en el noroeste de Texas, cerca de Dallas, bastante conservador, y en el que la ley y el orden son una prioridad para los vecinos. McLelland, de 63 años, había sido militar durante más de veinte, y tras un primer intento fallido en 2006 había conseguido ganar las elecciones en 2010, y comandaba un equipo de 11 fiscales encargados de acusar y llevar a juicio a todos los delincuentes del condado. Pero a finales de marzo de 2013 Mike McLelland se sentía bastante inquieto y temía por su seguridad y la de sus subordinados. Siempre había tenido armas, pero recientemente había convertido su casa en un fortín, con pistolas ocultas detrás de las puertas, debajo de mesas y en muchos otros lugares. La mañana del 29 de marzo visitó una tienda de armas y estuvo probando varias pistolas que tenía pensado proporcionar a sus fiscales como medida de protección. 

 
Todas estas preocupaciones e inquietud se debían a que el asesinato de su mano derecha, el fiscal Mark Hasse, apenas dos meses antes, no se había resuelto, y aunque había muchas teorías sobre quien podía haber matado a Hasse, no había pruebas y sí una larga lista de sospechosos. Pero Mike McLelland tenía una corazonada sobre quien podía estar detrás del crimen, y si estaba en lo cierto todos corrían peligro.
 
ASESINATO DE UN FISCAL
 
Mark Hasse

A sus 57 años Mark Hasse era el principal ayudante del Fiscal de Distrito del Condado de Kaufman, y era conocido por su capacidad de trabajo y su estilo agresivo y sin concesiones. En varias décadas como servidor de la ley había enviado a la cárcel a cientos de asesinos, violadores, atracadores, traficantes grandes y pequeños, y muchos otros tipos de delincuentes. Era un hombre de costumbres fijas, y por eso la mañana del 31 de enero de 2013 dejó su vehículo en el aparcamiento al aire libre donde solía hacerlo, cerca del palacio de justicia del condado, y sobre las 8:38 se dirigió andando por la acera hacia su lugar de trabajo, como hacía todos los días. Algunos sorprendidos testigos pudieron ver como un hombre alto, vestido de negro y encapuchado, cruzaba la carretera, se dirigía hacia Hasse y tras una breve confrontación le disparaba en la cabeza o la nuca. Según un testigo, durante ese corto enfrentamiento Hasse había repetido tres veces ¡Lo siento!, mientras que otra testigo afirmó que el agresor y su víctima habían llegado a empujarse. Una vez caído al suelo el fiscal, el asesino se puso sobre él y le disparó varias veces en el cuerpo. Después sacó otra pistola y realizó varios disparos al aire mientras se dirigía caminando, sin prisas, hacia un coche aparcado al otro lado de la calle. Se subió al asiento del acompañante y el vehículo inició la marcha.
  

Primeros auxilios a la víctima, por Lenda Bush

Lenda Bush era una abogada que había sido policía, y que había presenciado el crimen desde su coche. Siguió durante tres manzanas al vehículo donde había subido al agresor, y al darse cuenta de que no llevaba matrícula intentó llamar al 911, pero entre que su teléfono era nuevo y no lo dominaba y su nerviosismo por la situación, se equivocó y marcó el 991. El coche al que seguía era uno del tipo berlina, tal vez un Ford Taurus, de color claro, pero no podía asegurar más. Cuando lo perdió de vista regresó al lugar del crimen e intentó reanimar a la víctima hasta la llegada de la policía. Mark Hasse fue trasladado al hospital, donde falleció poco después. Llevaba encima una pistola, pero ni siquiera había intentado sacarla, ya que su chaqueta continuaba abotonada cuando llegó la ambulancia. A la policía de Kaufman, con el sheriff Byrnes a la cabeza, le correspondía realizar la investigación. Recibieron, y aceptaron, ofrecimientos de ayuda de varias agencias estatales y federales. El asesinato de un fiscal era algo que todos se tomaban muy en serio, y no iban a faltar medios para investigar el caso.

Mike McLelland hablando ante la prensa. A la derecha, el sheriff Byrnes

No se localizó el vehículo en que había escapado el asesino, nadie había visto su rostro y las balas halladas en el lugar del crimen no proporcionaron ninguna pista (no había casquillos, así que el asesino había disparado un revólver), por lo que los investigadores estaban casi a ciegas. La forma de cometer el crimen parecía señalar hacia alguien resentido contra el fiscal y que había tomado venganza contra este. Muchos de los delincuentes a los que Hasse había encerrado, o colaborado en ello, habían salido ya de prisión, e iba a resultar una tarea laboriosa y lenta seguir su rastro y tratar de verificar si podían tener alguna implicación. Había distintos puntos de vista entre los investigadores y entre las agencias que colaboraban. Algunos plantearon la posibilidad de que el crimen pudiera ser obra de la Hermandad Aria, y la prensa adoptó la hipótesis con celeridad y entusiasmo. 

 
Aunque la Hermandad Aria ya no se circunscribe a las cárceles y es una muy peligrosa organización delictiva (más bien, un grupo de organizaciones asociadas) que se dedica, entre otras cosas, al tráfico de metanfetaminas, no había precedentes de ataques contra fiscales; y aunque el condado de Kaufman, Hasse incluido, había colaborado en la persecución de algunos miembros del grupo, lo cierto es que Hasse no tenía ningún caso abierto contra ellos, y no se había significado especialmente en su persecución. Pero un informe del Departamento de Seguridad Pública de Texas había advertido en diciembre de 2012 de que miembros de la Hermandad Aria podían estar planeando venganza contra funcionarios del estado, de varios condados y de varias agencias estatales y gubernamentales que habían participado en el procesamiento de varios miembros de la banda, y el condado de Kaufman estaba entre los veinte advertidos.
 
Tom Clements y su asesino, Evan Ebel

La hipótesis, una más de las que consideraban los investigadores, resurgió con fuerza con el asesinato de Tom Clements, el director del Departamento de Prisiones de Colorado. Clements fue asesinado a la puerta de su casa el 19 de marzo de 2013 por Evan Ebel, un ex convicto perteneciente al Grupo 211, una banda supremacista similar a la Hermandad Aria, y que mantiene contactos con esta. Ebel murió en un tiroteo con la policía en Texas dos días después, y se determinó que no podía haber participado en el asesinato de Hasse, pero el crimen demostraba que un funcionario público podía convertirse en objetivo de ese tipo de grupos. Sin embargo, otros investigadores eran más cautelosos y consideraban con escepticismo la hipótesis de la Hermandad Aria, ya que, según decían, el principal objetivo de esas bandas era ganar dinero con el tráfico de drogas y otros asuntos, y asesinar a fiscales no era bueno para el negocio. Algunos sospechaban de algún grupo de la droga mexicano, pero estos, que se supiera, no habían llegado a Kaufman. Estas hipótesis sobre grupos organizados se basaban en que al menos dos personas habían participado en el crimen, el asesino y el conductor. 

 
Otros investigadores opinaban que estaban ante un tipo de crimen más personal, alguien resentido, muy resentido contra Hasse. Mientras se revisaban todos sus casos, las semanas comenzaron a pasar y el nerviosismo aumentó en el condado. Nadie sabía si había sido un caso aislado o habría más víctimas. McLelland tenía sus propias sospechas y cada vez estaba más inquieto. Tras el asesinato de Hasse había asegurado antes las cámaras que se apresaría y juzgaría al asesino, pero el tiempo pasaba y el caso no avanzaba. Durante algunas semanas un coche de policía permaneció por las noches frente a su casa, pero no se podía mantener esa escolta de forma indefinida. Iba armado a todas partes, y él y su mujer habían comentado con sus amigos que habían tomado medidas de seguridad especiales en su casa. Sin embargo, no les sirvió de nada. Todos en el condado de Kaufman quedaron conmocionados al conocerse la noticia de que el Fiscal de Distrito y su esposa habían sido asesinados.
 
UN NUEVO CRIMEN
 
Mike y Cynthia McLelland

La tarde del 30 de marzo de 2013 unos amigos de Mike y Cinthya McLelland se acercaron a la casa de estos acompañados por su hijo policía. No habían conseguido comunicar con ellos en todo el día y se sentían inquietos. La puerta principal no estaba cerrada con llave, y nada más entrar se encontraron con el cadáver de Cynthia, y un poco más allá con el de su esposo. Los dos habían recibido múltiples disparos de un fusil de asalto, sobre todo Mike. Si antes había nerviosismo e inquietud entre los funcionarios del condado de Kaufman, en ese momento llegó el pánico. Se asignó una escolta a todos los fiscales y jueces, y algunos de ellos llevaban chaleco antibalas al entrar o salir del juzgado. Todos temían ser la próxima víctima, e incluso el fiscal especial asignado al caso, que vivía en Dallas, iba armado y tomó precauciones en su casa. El FBI, que ya colaboraba previamente, llegó con gran despliegue de medios y publicidad y el caso alcanzó relevancia nacional, ya que un fiscal asesinado era poco frecuente, pero dos era algo sin precedentes. La prensa redobló su apuesta por la Hermandad Aria, pero todas las opciones volvían a estar encima de la mesa. Como señaló un amigo de McLelland: Podría ser gente de un laboratorio local de metanfetaminas allí en el condado de Kaufman, podría ser un cártel mexicano, podría ser la Hermandad Aria. O podría ser simplemente alguien con animadversión personal.

 
Algo que tenía perplejos a los investigadores era como podían haber sido sorprendidos los McLelland por el asesino o los asesinos. No se habían forzado ni puertas ni ventanas y todo indicaba que lo habían dejado entrar, algo extraño si tenemos en cuenta lo inquieto que se sentía el fiscal y las especiales medidas de seguridad que había tomado en su casa. Las víctimas estaban en pijama, y gracias a los registros del sistema de alarma se supo que la puerta principal se abrió y cerró dos veces entre las 6:40 y las 6:42 de la mañana, lo que indicaba que el crimen se había cometido al amanecer. ¿Por qué habrían dejado pasar a su asesino? Cynthia fue encontrada muy cerca de la entrada y había recibido 8 disparos de frente, lo que parecía indicar que era ella quien había abierto la puerta y que el asesino le disparó con su fusil de asalto, un AR-15, nada más entrar. Mike McLelland fue encontrado más hacia el interior de la casa, y los investigadores conjeturaron que llegaba detrás de su esposa y al escuchar los disparos y ver al hombre (o tal vez más de uno) armado que venía hacia él, se dio la vuelta e intentó huir, seguramente para intentar alcanzar alguna de las muchas armas que tenía escondidas por toda la casa. Varios disparos le alcanzaron en la espalda y cayó al suelo, y una vez allí el agresor se situó sobre él y disparó muchas más veces contra el cuerpo caído. Finalmente, antes de marcharse de la casa, el asesino puso el fusil casi tocando el suelo y realizó un último disparo sobre la parte superior de la cabeza de Cynthia, que probablemente todavía seguía con vida.
Casa de los McLelland, lugar del crimen
 
Los detectives consiguieron una grabación de un local cercano a la casa de los McLelland que mostraba un Ford Crown Victoria blanco entrando y saliendo del vecindario en unos pocos minutos, a la hora aproximada del asesinato. Con este segundo crimen los investigadores tenían muchos más datos que antes, y ya podían extraer algunas conclusiones. Todos estaban seguros de que los dos asesinatos estaban conectados, y a la hora de buscar sospechosos la lista se acortaba bastante, ya que McLelland y Hasse tan solo habían trabajado juntos durante 3 años, y eso reducía mucho el número de casos de los que podía salir el sospechoso. Además, al día siguiente del crimen ocurrió algo que acabó por encauzar la investigación. Alguien dejó un mensaje en la web de Crimestoppers con el siguiente mensaje: ¿Tenemos su completa atención ahora?, y a continuación parece ser que comunicó algún dato sobre la munición utilizada en el asesinato de Hasse que no era de conocimiento público y que hizo que, efectivamente, los investigadores prestaran toda su atención. 
 
Crimestoppers ofrece varias fórmulas para proporcionar información sobre crímenes, de forma desinteresada o en busca de una recompensa. Una de las garantías que ofrecen para animar a la gente a ofrecer pistas es la posibilidad de anonimato absoluto. El sistema genera un número de referencia para cada pista, que deberá ser apuntado y guardado por el remitente, ya que toda la información y rastro que pudiera servir para identificarlo se borran de inmediato. Si el informante quiere mantener algún contacto sobre su información, se genera un enlace anónimo y de un solo uso para que pueda volver a comprobar si hay respuestas, lo que ocurrió en esta ocasión. Al día siguiente los detectives respondieron al mensaje confirmando que prestaban atención, y animando al remitente a decir lo que quería. Este volvió a escribir, y afirmó, magnánimo, que dada la buena fe de sus interlocutores, esa semana no moriría nadie más. Pero a continuación señaló que si determinado juez no dimitía en unos días, mataría a otra persona.
 
Todas esas comunicaciones no permitían rastrear al autor de las mismos, que muy probablemente era el asesino, pero proporcionaban a los detectives muchísima información. Todos estuvieron de acuerdo en que ni la Hermandad Aria, ni los cárteles de la droga mexicanos, ni ningún grupo de delincuentes se entretendría en intercambiar ese tipo de mensajes. Pese a que el autor escribía en plural, estaban convencidos de que estaban ante un único asesino, alguien resentido contra Hasse y McLelland, y finalmente concentraron toda su atención en la persona de la que Mike McLelland había sospechado desde el primer instante.
 
EL SOSPECHOSO
 
Eric Lyle Williams

En 2010, al mismo tiempo que McLelland ganaba las elecciones para Fiscal de Distrito, Eric Lyle Williams, de 43 años, era elegido por los mismos ciudadanos como Juez de Paz del condado, en lo que era la culminación de una carrera irregular. Había sido un excelente estudiante en el instituto, al que todos auguraban un brillante futuro, pero pareció estancarse en su juventud. Entró en el ejército y allí se desenvolvió como policía militar, lo que aprovechó posteriormente para trabajar como policía y guardia de seguridad, entre otros empleos. Trabajó varios años como coordinador en los juzgados del condado de Kaufman, lo que parecía un trabajo muy por debajo de sus capacidades. Dotado con gran inteligencia, se hizo miembro de Mensa, el selecto club de las personas más inteligentes del mundo. En algún momento se decidió a mejorar, y mientras continuaba trabajando en los juzgados estudió leyes por las noches y preparó y aprobó el examen que le habilitaba para ejercer la abogacía.  Además, era miembro de la Guardia de Texas, el encargado del almacén de armas. Durante varios años ejerció como abogado, estaba bastante bien considerado, y todos alababan el interés que se tomaba en los casos y su trabajo, al igual que habían hecho sus antiguos compañeros en los juzgados. Algunas veces iba al trabajo en un patín eléctrico, lo que muchos consideraban una extravagancia sin importancia. Su elección como Juez de Paz significaba un salto en su estatus profesional y en su seguridad económica. Sin embargo, apenas seis meses después de su nombramiento, todo se vino abajo.

 
Eric Williams, primero por la derecha, al tomar posesión como Juez de Paz
 

En mayo de 2011 se detectó que faltaba material informático, en concreto tres monitores, de un almacén del condado, y se informó a la policía, que inició una investigación. Revisando grabaciones de cámaras de seguridad se pudo ver que un domingo, cuando el edificio estaba cerrado, un hombre entraba al lugar y salía con tres cajas que parecían las de los monitores. El hombre era el Juez de Paz del condado, Eric Williams. Fue interrogado por la policía y se emitieron órdenes de registro para su despacho, su domicilio y sus vehículos. Fue detenido y procesado por robo. Williams argumentó que todo era un malentendido, que los monitores eran para uso del condado y que no había cometido ningún delito. La fiscalía le ofreció un trato, declararse culpable de un delito menor, lo que no conllevaría perder su puesto ni su licencia, pero él se negó, argumentando que quedaría una mancha en su expediente, y decidió ir a juicio y tratar de limpiar su nombre. Mike McLelland y Mark Hasse condujeron la acusación de forma agresiva, y lograron que Williams fuera declarado culpable de robo. Además, en la fase de la condena solicitaron que fuera enviado a la cárcel dos años, y presentaron testimonios de que era alguien peligroso. Finalmente, fue condenado a dos años de cárcel, pero con suspensión, por lo que no entraría en la cárcel. Pero la condena implicaba perder su puesto como Juez de Paz y su licencia para ejercer. Williams se sintió injustamente tratado y acusó a McLelland de persecución política. Volveremos más adelante con este asunto, porque hay más de lo que parece. 

 
Cuando Mike McLelland se enteró del ataque contra Hasse se dirigió de inmediato al hospital, y allí habló con el sheriff Byrnes y le hizo partícipe de sus sospechas acerca de que Eric Williams podía ser el autor, como venganza por la acusación. Byrnes envió a varios policías a la casa de Williams, y este les permitió que le realizaran un test en busca de residuos de disparo, que resultó negativo, y dejó que uno de ellos entrara en la casa y echara un vistazo. Pero hubo algo que enfrío bastante las sospechas sobre el antiguo Juez de Paz, y fue lo declarado por la testigo del crimen Lenda Bush. Le preguntaron directamente si el encapuchado que había visto podía ser Eric Williams, a quien ella conocía, y respondió que no podía ser Williams, que el agresor era más alto que este. Pero mientras los demás especulaban sobre la Hermandad Aria o los cárteles de la droga, McLelland seguía convencido que Williams estaba detrás del crimen de Hasse, como ejecutor o a través de un asesino a sueldo.
 
Williams hablando con la prensa

El sospechoso había colaborado con la policía tras el crimen de Hasse y volvió a hacerlo tras el de los McLelland. Permitió que buscaran de nuevo residuos de disparo y dejó su teléfono y el de sus esposa para que fueran revisados por los agentes. Sin embargo, poco después contrato a unos abogados, que informaron a la policía de que no lo volverían a interrogar sin estar ellos presentes. Las sospechas se habían filtrado y Williams no tuvo problemas en hablar ante las cámaras sobre el crimen y las sospechas sobre él. Los investigadores estaban en una situación difícil, ya que desconfiaban de Williams, pero no tenían ni pruebas ni indicios. No había ni rastro de ninguno de los dos coches utilizados en los crímenes, ni podían solicitar al juez una orden de registro, ya que no tenían nada que lo justificara, y si no podían hablar con él, estaban en un callejón sin salida. 

 
Pero pocos días después los abogados comunicaron a los investigadores que ya no representaban a Eric Williams, y los detectives decidieron intentar hablar con él, y enviaron a su casa a dos Texas Rangers. No tenían muchas esperanzas, ya que el sospechoso era abogado y era dudoso que accediera a hablar con ellos, pero para su sorpresa, no solo habló con los agentes, sino que les permitió pasar a su casa y dar un vistazo. Le hicieron firmar que los autorizaba a entrar y grabaron todos sus movimientos en la casa, para evitar que en el futuro se pudiera anular la evidencia que pudieran hallar. Mientras uno de ellos miraba en varios lugares, el otro, con la mano en la culata del revolver, no perdía de vista a Williams. Solo podían mirar donde el sospechoso les diera permiso, pero encontraron dos elementos interesantes: una mira para fusil, compatible con un AR-15 (el arma utilizada para matar a los McLelland), y un lector térmico que podía encontrar rastros de calor hasta a 300 metros de distancia. Era muy poco, casi nada, pero lo suficiente para convencer a un juez para que emitiera una orden de registro.
 

Al día siguiente se presentaron en la casa muchos más agentes, incluidos técnicos del FBI, para realizar un registro a fondo,y pese a que se llevaron una pequeña decepción al no hallar ni el arma del crimen ni ninguna otra evidencia directa, encontraron lo bastante para continuar adelante. Se halló la documentación de un Ford Crown Victoria, y aunque no había rastro del coche, les indicó a los agentes que estaban en el camino correcto. También se encontraron unos números escritos a mano en un papel, y un agente enseguida se dio cuenta de lo que eran: un código de Crimestoppers. Puestos en contacto con el administrador, este les confirmó que el número correspondía al código asignado al mensaje en el que el remitente preguntaba si había conseguido captar la atención y donde daba datos sobre la munición utilizada en el asesinato de Hasse. Este hallazgo era suficiente para ligar ese domicilio al mensaje donde se amenazaba con matar a más servidores públicos, y el 13 de abril Eric Williams fue enviado a prisión acusado de amenazas de muerte (y pocos días después su esposa siguió el mismo camino). Era una forma de sacarlo de en medio mientras continuaba la investigación. Y lo cierto es que a partir de ese momento las cosas sucedieron muy rápido. 

 
Eric y Kim Williams arrestados
 
 

Una filtración había provocado que mientras se realizaba el registro se presentara en el lugar la prensa y las imágenes aparecieron en todos los noticieros del estado. Esto tuvo un efecto inesperado, y al día siguiente la policía recibió dos llamadas. En la primera un hombre les contó que se había reunido con Williams a petición de este, y que durante la entrevista le había preguntado varias cosas sobre el poder de penetración de un AR-15 y le hizo algunas peticiones que le hicieron sentirse incómodo. Después de la reunión comentó con otro amigo su temor a que Williams pudiera estar pensando en suicidarse. Pero fue la segunda llamada la que resultó decisiva para resolver el caso. Un amigo de Eric Williams que había visto las noticias llamó para informar que unos meses atrás este se había reunido con él para pedirle un favor. Williams le había solicitado que alquilara un trastero en su nombre, ya que no quería utilizar su identidad debido a los problemas legales que tenía y que podían provocar un registro. El amigo de Williams informó dónde estaba situado el trastero, y una multitud de agentes de dirigió al lugar con una orden de registro. Al abrir, lo primero que encontraron fue el Ford Crown Victoria, y también decenas de armas, una cantidad asombrosa de munición, chalecos antibalas, un uniforme de policía, una ballesta y algunos frascos conteniendo bolas de napalm casero. El 18 de abril de 2013 Eric Williams fue acusado del asesinato de Mark Hasse y de Mike y Cynthia McLelland.

El trastero, con el Ford Crown Victoria en primer plano
 
 
EL JUICIO
 
El juicio se celebró en diciembre de 2014, y por cuestiones de estrategia legal tan solo se juzgó a Williams por el asesinato de Cynthia McLelland, y no por el de los dos fiscales. Unos días después del arresto de Eric, la acusación había logrado la colaboración de Kim Williams, por lo que ya sabían como habían tenido lugar los crímenes. El fiscal decidió que Kim no declarara en el juicio, y lo fió todo a la evidencia, que era potente, aunque no tanto como parecía. La defensa no presentó testigos, y se limito a repetir durante todo el proceso que no había pruebas contra su defendido, que no había caso. El Ford Crown Victoria blanco, que Williams había comprado con un nombre falso era un indicio, pero no se podía demostrar que fuera el mismo que aparecía en una grabación de la mañana del crimen. El arsenal de armas era espectacular, pero entre ellas no estaba el AR-15 ni el revolver con el que mataron a Hasse (este fue encontrado en un lago, pero como no se juzgaba el asesinato de Hasse, no se presentó en el juicio). El código de Crimestoppers sí era muy dañino para el acusado, ya que además de que en los mensajes ofrecía datos que no eran públicos, prácticamente se acusaba de los crímenes. Era cierto que no se podía relacionar directamente con Williams, pero sí con el ordenador de su casa. Las cámaras que vigilaban los trasteros habían grabado al Ford Crown entrando y saliendo a las horas adecuadas, y había mucha otra evidencia circunstancial. Pero la principal prueba eran los casquillos de bala. Los expertos dictaminaron que todos los casquillos hallados en el recibidor, donde fue asesinada Cynthia McLelland habían sido disparados por el mismo fusil de asalto. El arma homicida no fue encontrada en el trastero, pero en ese lugar se encontró una bala no disparada, pero que tenía marcas en el casquillo que indicaban que había estado en el arma del crimen. Además, la esposa del acusado condujo a los detectives hasta un lugar bajo un puente donde Williams practicaba con sus armas, y allí encontraron más casquillos disparados con el arma homicida, y otros casquillos disparados con otra arma encontrada en el trastero. Estos últimos casquillos relacionaban a los disparados con el arma homicida con el trastero, al igual que la bala no disparada, y se podía vincular de forma convincente al acusado con el trastero. 
 
Era suficiente, y al jurado le llevó menos de dos horas declarar a Eric Williams culpable de asesinato. Quedaba la fase de la sentencia, que era una especie de juicio separado donde el jurado solo podía decidir entre la pena de muerte y la cadena perpetua. Y en esa fase la fiscalía sí presentó a su testigo estrella, Kim Williams, y al fin se pudo conocer como se habían ejecutado los crímenes.
Kim Williams, en los buenos tiempos

Kim se había casado con Eric 15 años antes y habían sido razonablemente felices, pese a que a ella le habían diagnosticado una enfermedad, un tipo de reuma, que cada vez la incapacitaba más. Se hizo adicta a los calmantes (OxyContin, valium, morfina y varias cosas más) y declaró que por la época de los asesinatos estaba tan drogada que creía todo lo que su esposo le decía, y asumía la ira y rabia de Eric como propia. Accedió a ayudar en el asesinato de Hasse, y fue la encargada de conducir el vehículo hasta el lugar del crimen y después escapar de allí. Aclaró como había conseguido Eric Williams sorprender a los McLelland, disfrazándose de policía. La noche anterior él se había probado el uniforme y el casco, y el día del crimen se levantaron temprano y fueron al trastero en busca del Ford (el coche utilizado en el crimen de Hasse se había estropeado, y habían comprado otro), y ella condujo hasta la casa de sus objetivos. Una vez allí Williams tocó el timbre y en la casa se encendió una luz, y poco después se encendió la luz del porche y se abrió la puerta. Su esposo entró en la casa y se escucharon disparos, muchos disparos. A continuación salió de la casa y se marcharon. Nadie vio nada, y nadie oyó nada. Ese día un Eric Williams alegre y feliz cocinó unos filetes en una barbacoa para celebrar el éxito. 

 
Kim Williams, declarando

Pero con la muerte de los fiscales no había terminado su misión de venganza. Según su esposa, el siguiente objetivo era el juez Glenn Asworth, quien según Williams le había proporcionado a McLelland y Hasse una información muy dañina para él durante el juicio por el robo de los monitores. Tenía pensado dispararle con la ballesta, abrirle el estómago todavía en vida, introducirle dentro las bolas de napalm que se habían encontrado en el trastero y prenderle fuego. También tenía planeado matar a otra juez, lo que demuestra que ya estaba fuera de control y que no pensaba detenerse. Eric Williams fue condenado a la pena de muerte, y se prepara para una larga serie de apelaciones y recursos, que van a durar unos cuantos años. Gracias a su colaboración, Kim Williams fue condenada a 40 años de cárcel, con la esperanza de obtener la libertad condicional antes de morir en la cárcel. 

 
Hay una serie de consideraciones sobre estos crímenes muy interesantes desde el punto de vista de la investigación criminal. La primera tiene que ver con la investigación propiamente dicha, y la duda sobre si los detectives trabajaron de forma correcta o se centraron demasiado tarde en el sospechoso. La segunda es si la inteligencia del asesino tuvo un efecto decisivo en su plan para cometer los crímenes, y si gracias a ella consiguió retrasar su detención. La tercera tiene menos que ver con la investigación, pero resulta muy interesante de cara a tratar de comprender la motivación del asesino. Parece evidente que Williams se sintió injustamente perseguido por Hasse y McLelland, pero ¿era esta sensación la reacción victimista de un delincuente psicópata o hubo realmente una persecución excesiva contra él?
 
 
INVESTIGACIÓN
 
Hay un elemento que pone en duda la eficacia de la investigación policial, y es el hecho de que pocos días después del asesinato de Mark Hasse los detectives averiguaron que Eric Williams les había mentido. Cuatro agentes llegaron a la casa de Williams el día del crimen a las 10:15, apenas una hora y treinta y cinco minutos después del ataque, y un hombre que estaba trabajando en una casa vecina les contó que un vehículo había llegado con mucha prisa al domicilio del sospechoso poco antes. Pulsaron el timbre y les abrió el propio Eric Williams, que llevaba un brazo en cabestrillo. Les dijo que había llegado hacía poco tras comprar medicinas para su esposa, que estaba en la cama, y demostró gran sorpresa ante la noticia del asesinato de Hasse. Permitió que le tomaran muestras en busca de residuos de disparo, y cuando le preguntaron por el brazo en cabestrillo respondió que se había sometido recientemente a una operación en el hombro. Permitió incluso que uno de los agentes, a quien conocía, entrara en la casa para echar un breve vistazo. No consta si los detectives comprobaron si realmente acababa de comprar las medicinas para su esposa, es posible que fuera cierto, pero lo que sí comprobaron fue si Eric Williams se había operado del hombro, y pocos días después del crimen descubrieron que dicha operación no había existido. El sospechoso les había mentido.
 
 
El sheriff Byrnes y la teniente Stewart

En una entrevista para un especial de la CBS el periodista les preguntó sobre este hecho al sheriff Byrnes y a la teniente Stewart, encargada del caso, y ambos se apresuraron a a afirmar que todo se había hecho correctamente. A la pregunta de por qué no se había arrestado a Eric Williams, Byrnes contestó con otra pregunta: ¿Por qué? Por asesinato, respondió el periodista. No había evidencia, dijo el sheriff. Bueno, aventuró el periodista, mintió a la policía. El sheriff le aclaró que eso no era un delito, que lo habría sido mentirle a un agente federal, pero que a ellos podían mentirles todo el tiempo. Y finalizó: Y con bastante franqueza, contamos con que la mayoría de la gente con la que hablamos nos mienta. Este intercambio no es satisfactorio. El periodista no hizo las preguntas correctas y el Sheriff se apresuró a dar las respuestas que le interesaban. Es cierto que sospechosos y testigos mienten con frecuencia, aunque no sean culpables, pero hay mentiras y mentiras. Cuando se descubre que un sospechoso miente, lo primero que hay que preguntarse es la razón. ¿Miente porque es culpable o miente porque teme ser considerado culpable? Ocurre en ocasiones que personas inocentes temen ser consideradas sospechosas si dicen la verdad sobre algún extremo, y lo que suelen conseguir al mentir es meterse en líos bastante graves. Otros mienten para ocultar su implicación en otros delitos no relacionados con el crimen, o relacionados de forma tangencial. Otros para tratar de ocultar comportamientos embarazosos o no aprobados socialmente. Pero la mentira de Eric Williams era muy particular. Creo que los detectives se han habituado de tal forma a las mentiras que no fueron capaces de detectar lo que esta tenía de especial. 

 
En primer lugar, no era un mentira improvisada y sencilla, sino planeada, elaborada y compleja. No era un simple embuste en respuesta a una pregunta, era una representación destinada a provocar la pregunta y poder responder con una mentira. Es difícil encontrar una explicación para ese tipo de mentira que signifique que Eric Williams no estaba implicado en el asesinato de Hasse, que en esos momentos todavía no se había hecho público. La explicación más evidente para la mentira es que Williams estaba implicado, sabía que iba a ser sospechoso, y pretendía alejar las sospechas de él. Podría haber respondido que se había dañado el hombro levantando un peso, o al caerse, pero seguramente consideró que esas respuestas serían menos convincentes que la de una operación y podrían provocar nuevas preguntas. El objetivo sería diluir las sospechas inicialmente, y probablemente lo consiguió en alguna medida.
 
En mi opinión los investigadores cometieron un grave error al no darle al asunto la importancia que tenía. El planteamiento que debieron hacerse los detectives debió ser el siguiente: Si este hombre no ha participado en el asesinato, ¿qué razón podría tener para mentir sobre el brazo en cabestrillo? Si el lector medita un poco sobre el asunto se dará cuenta de que no es fácil encontrar respuestas, que no hay escenarios razonables en los que un Eric Williams inocente saliera con el brazo en cabestrillo y mintiera sobre el motivo. De haberse dañado el hombro de forma inocente, no tenía ningún motivo para mentir, y si no tenía el hombro dañado no tenía ningún motivo para llevar el brazo así y mentir sobre ello. La única explicación razonable es que la mentira implicaba su participación directa en el crimen.
 
¿Por qué entonces detectives de varias agencias locales, estatales y federales no llegaron a esa conclusión tan evidente? Por varios motivos. En primer lugar, por una cuestión temporal. Si la información sobre la mentira del sospechoso hubiera llegado a los detectives de forma inmediata, en unos minutos, estoy convencido de que la habrían interpretado correctamente y habrían llegado a la conclusión de estaban ante el asesino. Pero la información tardó unos días, y para entonces la situación había cambiado. Eric Williams fue el primer sospechoso, casi inmediato, pero según se iban incorporando agencias y detectives, se iban planteando nuevas hipótesis, y la de la venganza del Juez de Paz se convirtió en una más. Nadie lo había visto, ni tenía ni se le podía relacionar con los coches implicados, la búsqueda de residuos de disparo había resultado negativa, y sobre todo, Lenda Bush había declarado que el encapuchado al que ella había visto matar a Hasse era más alto que Eric Williams y que no podía ser él. Eso provocó que la hipótesis sobre su culpabilidad bajara bastantes puestos en la lista, y en esa situación estaba cuando llegó la información sobre la mentira, que no consiguió compensar el efecto de los anteriores elementos, y sobre la que no se razonó de forma correcta. Pese a saber que los testigos se equivocan con frecuencia al calcular tiempos, distancias o medidas, los agentes dieron excesiva importancia al testimonio de Bush. Williams había engordado desde la última vez que Lenda Bush lo había visto, y realmente ella vio a alguien más grande que el Williams que recordaba, y lo transformó en más alto.
 
VISIÓN DE TUNEL
 
Al ser preguntado por los periodistas, el sheriff Byrnes declaró que Williams siempre había sido uno de los sospechosos, que habían hablado con él de forma inmediata tras cada crimen, pero que no querían caer en la visión de túnel. Esto nos da una idea del peligro de introducir a los investigadores en conceptos, técnicas o corrientes teóricas novedosas sin las suficientes precauciones. Es encomiable el intento por profesionalizar a policías y fiscales, pero la presentación de conceptos complejos sin la adecuada preparación teórica puede provocar más mal que bien. La conocida como visión de túnel puede ser un peligro para una investigación, pero igual de peligrosa, o más, puede ser la distracción con elementos laterales, que impiden fijar correctamente el objetivo. No es fácil establecer un balance adecuado entre dos necesidades contrapuestas: centrarse en un objetivo único y mantener la suficiente apertura de mente para no perder de vista lo que se mueve en la periferia. De pronto, policías veteranos temen ver su trabajo revisado y puesto en duda si se centran demasiado pronto en un sospechoso, y se muestran ansiosos por demostrar que han tenido todo en cuenta.
 
Este puede ser un buen ejemplo y el sheriff Byrnes lo confirma con su declaración. Un correcto análisis de los elementos obligaba a convertir a Eric Williams en el sospechoso número uno, pero se prefirió emplear tiempo y recursos en seguir pistas muy improbables. De haber analizado correctamente los datos, y sobre todo, de haber interpretado correctamente el significado de la mentira del sospechoso, este habría sido sometido a vigilancia y se habría interrogado a todos sus amigos y conocidos. Es probable entonces que Eric Williams hubiese sido sorprendido vigilando la casa de los McLelland, o que se hubiera llegado antes al trastero. En resumen, considero que los investigadores cometieron un grave error al no interpretar correctamente una información decisiva.
 
¿DEMOSTRARON LOS CRÍMENES INTELIGENCIA?
 
Eric Williams planeó y ejecutó los asesinatos con eficacia. Consiguió un trastero que no se podía rastrear hasta él para guardar todos los elementos que se iban a utilizar en los crímenes, y compró los coches en efectivo, con un nombre falso, Sabemos por su esposa que vigiló la casa de Hasse y estudió asesinarlo allí, pero tras analizarlo decidió hacerlo en la calle. Tuvo éxito en la ejecución y la huida, aunque si Lenda Bush hubiera acertado a marcar el número de emergencias, es posible que hubieran sido detenidos el mismo día. Más tarde, cometió un error muy grave cuando dijo una mentira sobre el brazo en cabestrillo, y tan solo una incorrecta interpretación de los detectives impidió que todas las sospechas se centraran en él. También vigiló la casa de los McLelland, y supuso correctamente que Cynthia acudiría a abrir la puerta si llamaban al timbre, y que el estar vestido de policía lo dejaría pasar. Cometió otro grave error al enviar mensajes a Crimestoppers, pero su mayor error, el más incomprensible, fue el permitir la entrada de los agentes para registrar su casa. Había matado a dos personas y no había sido descubierto, así que seguramente en ese momento se creía invulnerable, y su ego estaría por las nubes, pero el error es tan evidente, tan grosero, que anula cualquier otra consideración sobre su posible inteligencia o eficacia.

Mapa con los lugares donde se cometieron los crímenes:

Un abogado, inteligente o no, sabe perfectamente que a partir de cierta fase de la investigación un sospechoso no debe hablar nunca con los detectives sin asesoramiento legal, y no debe darles nada a lo que no esté obligado. Cuando los Rangers llegaron a su casa debió decirles que no tenía nada que hablar con ellos y que si no traían una orden, no podían entrar. Eso es lo que habría hecho un abogado realmente inteligente, pero la confianza en sí mismo le perdió. Ese registro obtuvo muy pocos resultados, pero fue suficiente para obtener una orden de registro, y desde ese momento perdió el control de la situación y su capacidad para influir en ella. El ego de Williams es lo que le ha acabado conduciendo al corredor de la muerte.

 
LA ACUSACIÓN POR ROBO
 
Lori Friemel trabajaba en 2011 como empleada para el condado de Kaufman, en el departamento de Información Tecnológica. Cuando dejó el trabajo el viernes 13 de mayo había nueve monitores en sus cajas en una sala, y cuando regresó el lunes faltaban tres. Cuando el resto de empleados dijo no saber nada del asunto, se decidió a revisar las grabaciones de vídeo del sistema de seguridad. Pudo ver que el domingo 15 de mayo el juez Eric Williams, a quien conocía, entraba el edificio, se dirigía al departamento de IT y se marchaba con tres cajas de monitores Dell. Revisando hasta un mes atrás, el límite del sistema de grabación, pudo comprobar que Williams había entrado en el lugar varios domingos, cuando el edificio estaba cerrado. Friemel informó a su jefe, y decidieron hacer copias de las grabaciones y dar parte al departamento del Sheriff.
Williams, llevándose monitores un domingo
 
El capitán Ernesto Zepeda se encargó de la investigación, y tras visionar las grabaciones quiso aclarar algunos extremos con Lori Friemel: ¿Había solicitado Williams algún monitor? No, no había registro de ninguna solicitud de un monitor. ¿Conocía Williams el sistema para conseguir material? Sí, lo conocía, ya que había solicitado y obtenido un ordenador portátil. Con esa información varios agentes detuvieron a Eric Williams unos días después y obtuvieron varias órdenes de registro. Uno de los monitores desaparecidos estaba en el escritorio de su despacho en el juzgado y otro en la parte trasera de su camioneta, tapado con ropa, mientras que el tercer monitor nunca fue encontrado. Interrogado Williams, e informado de que había sido grabado llevándose tres monitores, reconoció que se había llevado los dos monitores encontrados, pero afirmó no recordar lo ocurrido con el tercero. Tal vez lo había devuelto, aventuró, pero no estaba seguro ni recordaba. ¿No había ninguna grabación en al que se le viera devolviendo uno? No, respondieron los agentes. El juez no pudo explicar el paradero de ese tercer monitor.
 
Reconoció que había estado en el edificio, mientras estaba cerrado, unas diez veces en los cinco meses anteriores, y que se había llevado cosas tal vez cuatro veces. Había cogido, por ejemplo, tarjetas de memoria, que había repartido entre sus ayudantes en el juzgado de paz. Se llevaba las cosas los domingos porque era cuando estaba en ese lugar, afirmó, y que consideraba apropiado entrar en el edificio fuera del horario normal y llevarse cosas que necesitaba, y que en algunos negocios se hacía así. Reconoció que no había solicitado un monitor, y que su juzgado tenía, y había utilizado, una cuenta de gastos. También reconoció que después de llevarse los monitores no lo había comunicado a ese departamento o a algún otro, ni a ningún empleado público.
 
Para explicar sus actos declaró que el departamento de IT no lo ayudaba en sus planes de mejora del juzgado, y que había tenido que mendigar para obtener post-it y bolígrafos, por lo que decidió saltarse algunos trámites. Quería los monitores, afirmó, para implantar un sistema de videoconferencia entre su juzgado y la cárcel, algo de lo que se llevaba tiempo hablando en el condado, y que él estaba decidido a llevar adelante. El sistema ahorraría los costes y los riesgos del traslado desde y hasta la cárcel de los presos para multitud de trámites. Tenía uno de los monitores en la camioneta precisamente para instalarlo en la prisión, pero todavía no había encontrado el momento.
 
Pero no consiguió convencer a los investigadores ni a la fiscalía y fue procesado por robo y por entrada ilegal. Le escribió al juez para intentar desescalar la situación, afirmando que aceptaba responsabilidad por lo hecho, pero que no había robado ni pretendido robar nada, y que ya que la fiscalía no se volvería atrás, el juez debía para la cadena de eventos que se estaba saliendo de control. Había aprendido la lección, terminó, y se daba cuenta de lo serio que era el asunto.
 
El Fiscal de Distrito, Mike McLelland, a través de su ayudante, Mark Hasse, le ofreció un trato a Williams, probablemente por iniciativa del juez. Evitaría las consecuencias más graves de la acusación si se declaraba culpable de un cargo menor, lo que no conllevaría pena de cárcel y además no implicaría perder su puesto como Juez de Paz ni la licencia para ejercer la abogacía. Pero Eric Williams, en lo que muchos consideraron una jugada poco inteligente, no aceptó el acuerdo y decidió afrontar el juicio y tratar de limpiar su nombre. McLelland y Hasse solicitaron cárcel para el acusado, y la defensa de este se basó en dos extremos:
 
1) Todo había sido un malentendido, y debió resolverse como tal. Nunca tuvo intención de robar, y lo que había hecho había sido exclusivamente por el bien del condado.
 
2) La acusación era totalmente desproporcionada respecto al hecho, y era en realidad una venganza política de McLelland por el apoyo de Williams a un rival años atrás.
 
En 2006 Mike McLelland había perdido las elecciones para Fiscal de Distrito contra Rick Harrison tras una dura y agresiva campaña. Se publicó en un periódico una carta firmada por Eric Williams en la que este apoyaba a Harrison y presentaba a McLelland de forma negativa, y se decía que Mike McLelland nunca olvidaba una ofensa. Cuando se le planteó al Fiscal de Distrito la acusación de Williams, negó que la acusación estuviera motivada políticamente y aseguró que él sabía que detrás de la carta estaba Rick Harrison, que simplemente había encontrado a un tonto que la firmara. Como señalaron algunos, esa declaración era prueba de que McLelland recordaba la carta y su contenido, años después, incluso tras haber ganado las elecciones contra Harrison en 2010.
 
Lo cierto es que había más personas en el condado de Kaufman que opinaban  que la acusación era desproporcionada, y que probablemente estaba basada en una inquina política o personal. La abogada Jenny Parks, que trabajó con Williams y lo conocía bien, está convencida de que fuese lo que fuese lo que este hiciese para conseguir los monitores, lo estaría haciendo para el condado y no con ánimo de lucro personal, y afirmó que había más abogados que pensaban lo mismo.
 
¿Fue la acusación contra Eric Williams adecuada al hecho cometido o fue desproporcionada? ¿Era una venganza política de McLelland o este trató al acusado como a cualquier otro? ¿Era todo un malentendido o realmente había tenido lugar un robo? ¿Pretendía Williams instalar el sistema de videoconferencia o era una simple tapadera?
 
Analizando cuidadosamente la información disponible, mi opinión es que Eric Williams podría tener razón en parte, pero solo en parte. A priori, su planteamiento no es inverosímil. Se presentaron testimonios de que se había hablado varias veces en el juzgado sobre instalar el sistema de videoconferencia, y también de que Williams pretendía hacer eso y otras cosas, como proporcionar wifi en los juzgados. Era posible que su entusiasmo le hubiese hecho saltarse los trámites adecuados, y que siendo su comportamiento reprobable, al no haber ánimo de lucro y tener como objetivo el bien del condado, no tuviese reproche penal, y se pudiera arreglar con una reprimenda y una multa, o algún castigo equivalente. 
 
Lo que impide aceptar ese planteamiento al completo es el tercer monitor. Nunca ha aparecido, y Williams no ha sabido explicar su paradero, y por tanto, no encaja en la hipótesis del sistema de videoconferencia. Pudo venderlo, o regalarlo, o esconderlo en algún lugar, pero lo cierto es que todo indica que ese monitor fue robado. Aunque pueda parecer extraño, un mismo acto puede contener un elemento delictivo y otro que no lo es. Considero muy probable que Eric Williams se llevara dos de los monitores con la idea de utilizarlos para el sistema de videoconferencia, y otro más para su uso personal, o con la idea de venderlo o regalarlo.
 
La acusación podría haber presentado cargos por el robo de uno de los monitores, valorado en menos de 500 $, y dar el beneficio de la duda sobre los otros dos, pero prefirieron presentar la acusación de tal forma que una declaración de culpabilidad implicaría la pérdida de la licencia para ejercer la abogacía. 
 
McLelland y Hasse condujeron la acusación sin concesiones y con mucha agresividad, en lo que muchos consideraron un ataque personal fuera de lugar y que no guardaba relación con el delito del que se estaba acusando, y Eric Williams fue humillado en público frente a sus vecinos y amigos. Es posible que el pasado enfrentamiento político entre McLelland y Williams jugara algún papel en el desarrollo de los hechos, pero no creo que fuera el más importante ni el motor detrás de la actuación de los fiscales. Creo que hay dos circunstancias que explican el comportamiento de Mike McLelland y Mark Hasse:
 
-Ambos eran muy agresivos (tal vez por eso congeniaron tan bien) en sus acusaciones. McLelland tenía fama de tomarse como algo personal muchos de los casos, y Mark Hasse era implacable. Jenny Parks le había escuchado alardear de haber destruido las vidas de personas a las que había acusado. 
 
-Parece claro que encontraron o notaron algo en Eric Williams que les hizo darse cuenta de que detrás del amable y tranquilo juez había alguien peligroso, y en algún momento perdieron de vista que estaban realizando la acusación de un pequeño delito y se embarcaron en un ataque general contra la persona que intuían había detrás de la fachada. No consta que Eric Williams amenazara a McLelland o Hasse, y sin embargo ambos se sintieron amenazados tras la condena e iban armados a todas partes, y McLelland pensó de inmediato en Williams tras el asesinato de Hasse. Eso demuestra que habían visto algo en él, algo muy peligroso e inquietante.
 
De pronto, Eric Williams pasó de estar envuelto en un asunto menor y abierto a interpretaciones a ser tratado como un criminal. Mike McLelland se encargó personalmente de llamar a la Guardia de Texas para contarles la acusación contra Williams, y ante el tribunal dijo de él que era un hombre desprovisto de honor, y Hasse lo describió como malvado. Ciertamente, parece un poco excesivo para un asunto como el de los monitores. En ambos juicios los abogados de Williams pudieron presentar decenas de testimonios mostrando que era una persona amable, un buen abogado que se preocupaba por sus clientes y un trabajador eficaz y colaborador. Por otra parte, tan solo se presentaron dos testimonios que impugnaban esa visión casi idílica del acusado:
 
1) Un abogado que trabajaba en el mismo edificio que Williams testificó que en 2010 había escuchado a este referirse a otro abogado llamado Jon Burt en los siguientes términos: Voy a matarlo. Voy a matarlo a él, a su mujer y a sus hijos. Voy a quemar su casa, le voy a apuñalar. Al parecer Williams estaba furioso con Burt debido a un malentendido en un caso en el que ambos participaban y se desahogó en público. 
 
2) En 1991 o 1992 Eric Williams mantuvo una breve relación con Janice Marie Gray, otra coordinadora judicial a la que había conocido en una conferencia. Poco después ella le comunicó que quería dejar la relación, y él pareció aceptarlo. Unos meses después, en otra conferencia, se encontraron en la recepción del hotel y él la invitó a cenar. Ella rehusó la invitación, diciendo que había quedado con unas amigas, y Williams entonces sacó una pistola y se la mostró, diciendo que era nueva. Más tarde, esa misma noche, ella estaba en un bar con un grupo de amigos cuando él le tocó el hombro y le dijo que quería hablar con ella. Se alejaron un poco y durante la conversación Janice afirmó que no quería tener una relación con él, y cuando le dijo que iba a volver con sus amigos, Eric Williams le respondió que tenía un pistola, y que si se marchaba la usaría, ya que no tenía nada que perder. Ella se puso a llorar, y al ver esto dos de sus amigos se acercaron y se la llevaron de allí, sin que Williams dijera nada.
 
Janice denunció lo sucedido a la policía, que esa noche puso un agente ante su puerta y se le proporcionó una escolta. Al día siguiente vio a Williams y este fue detenido, pero no se presentaron cargos. 
 
Eso fue todo lo que pudo presentar la acusación, una explosión verbal sin posteriores consecuencias y un suceso bastante más grave, pero ocurrido 20 años atrás. Aunque las amenazas de muerte no deben ser tomadas a la ligera, hay bastante gente que tiene ese tipo de respuesta emocional a la frustración, y generalmente no pasa de ahí. El asunto de la amenaza con el arma era bastante más importante, y de haber sido condenado por ello, no se habría convertido en juez. Pero el que no se presentaran cargos tiene sentido, ya que no había testigos de la amenaza, ni antecedentes. Sus amigos tan solo habían visto llorar a Janice, pero ni habían oído la amenaza, ni Williams había exhibido el arma, ni lo habían visto en postura amenazante. En esas condiciones habría sido casi imposible lograr una condena, ya que al negar él la acusación era la palabra de uno contra la de otro.
 
Lo que algunos encontraron realmente inquietante fue la actitud de los fiscales tras el veredicto, en la fase de imposición de condena. Fue en ese momento cuando sacaron a relucir estos hechos del pasado de Williams, y lo presentaron ante el juez (y el público) como un personaje perverso y amoral, y solicitaron que fuera condenado a pasar dos años en la cárcel, a pesar de la crítica situación personal del acusado. Este había declarado que era el único sustento de su familia. Su esposa Kim estaba enferma y tenía que cuidar de ella, y los padres de ella, también enfermos, se habían mudado desde otro estado y vivían muy cerca de ellos. Su suegro tenía cáncer, y su suegra había sufrido un derrame cerebral, y Williams tenía que cuidar de todos ellos, y si iba a la cárcel no habría nadie para hacerlo. A pesar de que se pudo demostrar que todo esto era cierto, McLelland y Hasse insistieron en que fuera enviado a prisión, en una actitud que muchos encontraron incomprensible.
 
Una petición de condena por un cargo menor, como el que le habían ofrecido inicialmente habría sido más que suficiente. Eric Williams habia rechazado el trato, y tenía sus razones. Es cierto que ese tipo de condena no implicaba perder su puesto de juez ni su licencia, pero en la práctica significaba que en las siguientes elecciones perdería el cargo, ya que los ciudadanos no lo votarían con una condena por robo en su haber. Además, la condena quedaría en su expediente, dificultando su práctica de la abogacía. Eso y una multa habría sido un castigo más que duro para un asunto como el de los monitores.
 
Finalmente, el juez impuso a Eric Williams una condena de 2 años de cárcel con sentencia suspendida, de modo que no tendría que ingresar en prisión. Pero esa era la única buena noticia, ya que las consecuencia eran tremendas. La condena significaba que Eric Williams perdía su puesto como Juez de Paz, y con ello se quedaba también sin su seguro médico, que era vital para hacer frente a los cuantiosos gastos médicos de su esposa. También perdía su licencia para ejercer como abogado, e incluso su permiso de policía en la reserva. A sus 46 años tenía que buscarse otra forma de ganarse la vida, con el peso de una condena penal por robo en su expediente. El efecto en Eric Williams y su esposa tuvo que ser devastador. En algún momento del proceso de acusación, contó Kim, su esposo comenzó a beber más cerveza de la cuenta y a tomar con mucha frecuencia pastillas para dormir.
 
Me parece muy llamativa la desproporción entre el suceso y el efecto. McLelland y Hasse convirtieron un incidente poco claro y abierto a varias interpretaciones en la destrucción de la vida profesional, social y económica de un hombre. Y si a mí me resulta difícil aceptar la desproporción, me imagino como se tuvo que sentir el acusado. Cuando se repasa toda la secuencia de eventos del caso, es difícil ver como podría evitar Eric Williams sentirse injustamente tratado. Es evidente que algo no funcionaba bien en él, pero en mi opinión fue esta acusación desproporcionada y la sensación de ser víctima de una injusticia absoluta la que lo desquició y condujo a los asesinatos.
Se puede argumentar que Eric Williams era un psicópata, y que el impulso homicida estaba presente, y tan solo necesitaba un elemento desencadenante, que de no haber sido este, habría sido otro cualquiera. Esta argumentación me parece débil. Williams tenía 46 años cuando cometió los crímenes, y el suceso más grave de su pasado, la amenaza con un arma a una antigua novia, había ocurrido más de 20 años antes. Después de eso, tan solo una amenazas lanzadas al aire, una explosión verbal sin efecto posterior. Eso es todo. Aunque sea un psicópata, lo cierto es que había llegado a la madurez sin incidentes demasiado graves, y de no mediar sucesos de este estilo se puede suponer razonablemente que podría haber pasado el resto de su vida de la misma forma. Tal vez, se puede alegar, una petición de condena por cargo menor habría provocado el mismo efecto. Es posible. Pero la sensación de injusticia fue máxima con el tipo de acusación que condujeron McLelland y Hasse, y considero probable que otro tipo de acusación no hubiera provocado una respuesta igual, aunque reconozco que es algo discutible.
 
En cualquier caso, tras la condena por robo Eric Williams se descontroló por completo. Tenía pensado ampliar sus crímenes a una juez no relacionada con la acusación, tan solo porque consideraba que años antes, cuando él trabajaba para el turno de oficio, le pagaba (a él y a los demás abogados) poco por los casos. También amenazó a su esposa Kim con que si lo abandonaba la mataría y después se suicidaría. Los abogados de Williams intentan que se tengan en cuenta algunos análisis médicos que pueden indicar un daño en el cerebro, y tratan de argumentar que eso pudo desencadenar los hechos. La acusación, por su parte, ha señalado correctamente que el condenado planeó y estudio los crímenes durante meses, de forma concienzuda y eficaz, y que eso no indica ningún acto cometido a resultas de un supuesto daño cerebral. Mientras tienen lugar estas batallas legales, sospecho que Eric Williams dedica su tiempo a pensar y planear, y creo que las autoridades de la prisión no deberían descuidarse ni un instante.
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FUENTES:

http://www.dallasnews.com/news/crime/2014/12/08/testimony-opens-in-punishment-phase-of-kaufman-county-da-murders-trial

http://www.terrelltribune.com/community/article_0f474cde-79d3-11e4-85f4-3f20f12eb9bf.html

http://www.dallasnews.com/news/crime/2013/04/17/wife-of-jailed-ex-kaufman-county-justice-of-the-peace-is-now-behind-bars-charged-with-capital-murder

http://www.kaufmanherald.com/hot_news/article_44910534-8143-11e4-9368-c757d01b0c59.html

http://www.dallasnews.com/news/crime/2013/04/21/months-of-work-on-kaufman-da-killings-ended-with-arrest-of-man-suspected-at-the-beginning

http://www.terrelltribune.com/community/article_3482ea32-7f58-11e4-bafa-5fcb3358f6be.html

http://www.nytimes.com/2013/04/13/us/texas-prosecutors-may-have-been-killed-by-lone-wolf.html

http://www.terrelltribune.com/community/article_ece99980-85a8-11e4-aaf7-0b854e0c8b86.html

http://www.dallasnews.com/news/crime/2013/04/13/complex-picture-arises-of-ex-kaufman-justice-of-peace-eyed-in-case

http://www.tdcaa.com/journal/answering-call

Programa de la CBS:


http://www.cbsnews.com/news/target-justice-48-hours-probes-texas-prosecutor-killings/

Archivos con información sobre el caso:

Son documentos oficiales en formato pdf con la orden de detención contra Williams, por ejemplo, o su apelación. Este último tiene 204 páginas y contiene un buen resumen de todos los testimonios y pruebas presentados durante el juicio. Si hay alguien interesado, me los puede solicitar por correo electrónico.